Capitulo 17

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Amber.

Yo estaba caminando en un pasillo ancho, de piedra, con ventanales gigantes que daban... hacia el bosque. No. No era un pasillo. Era... como un puente, un puente con techo. Me acerque a la orilla, curiosa. Los bordes de los barandales eran rocosos y rústicos, y, a través de la alargada ventana sin cristal, podía ver el bosque. Y era precioso. El cielo era de un azul suave y hermoso, y el sol deslumbraba desde lo más alto. Anonada por la visión, trate de acariciarme el pelo. Pero no... No pude.

Aquello me puso nerviosa. Comencé a tocarme, en busca de mi cabello. Pero no era largo, era corto. Era demasiado corto. Mientras trataba de encontrarle sentido a aquello comencé a tocar mi cuerpo, en busca de algo distinto. Y aunque mi anatomía seguía siendo igual... Mis ropas eran... Diferentes. Rodé los ojos, soltando un suspiro de frustración. ¡Otra vez! Los sueños siendo otra persona se repetían. Esa clase de sueños eran habituales en mí, porque, aunque suene loco, yo tenía una fila de dos personas que antes habían vivido con mi cuerpo en dos épocas pasadas. Ambas serafines, ambas idénticas a mí. Era algo extraño, pero me había acostumbrado a tener esa clase de recuerdos en mis sueños. Sin embargo, esta vez yo no era Maggie Ravenwood. Entonces... ¿Acaso...?

Admeg. La primera Serafín. Estaba en su cuerpo. Era una memoria de su cuerpo.

Comencé a caminar, tratando de analizar todo lo que me rodeaba, tratando de adquirir todo el conocimiento posible acerca de mi entorno. Sobre todo. Con el tiempo había aprendido que era necesario saber sobre mis vidas pasadas. Saque un poco más mi cabeza en una de las ventanas y me di cuenta de que... En realidad estaba en un lugar enorme. Un enorme palacio con gigantescos terrenos. Había varias personas a lo lejos. Caballos, animales varios, y algunos solados. Era increíble... Y surreal. Muy surreal. Mire hacia abajo; bajo el puente había una especie de sala donde había un montón de gente. Gente importante, no tenía que ser muy lista para notarlo. Las mujeres tenían cabelleras espesas y bien peinadas, usaban vestidos grandes y aunque eran antiguos, era notorio que eran caros. Tenían bordados dorados que brillaban ante la luz del sol como el oro puro. Los hombres usaban trajes de forma extraña, pero que eran tan ostentosos como los de las mujeres. Tenían joyería abundante en brazos, manos, piernas y cuellos. Y todos se movían lento, silenciosos, lúgubres. Aunque era suficiente gente para ser una celebración, las expresiones parecían de funeral.

—Reina Admeg. — Una voz hizo que me girara de golpe, sobresaltada. Había un hombre a unos dos metros de mí. Usaba un traje parecido a los de los hombres de abajo y... Su cara, maldición, Era...

— Cameron...— susurre, titubeante. El hombre frunció el ceño. Yo carraspee.

— Me confunde, Reina. Soy el asistente del duque Adosar. —el sonrió, y ese hermoso hoyuelo que yo conocía perfectamente se marcó en su mejilla izquierda. Tuve la impulsiva necesidad de enervarme. Lo hice. — Su padre la está buscando. Temo que he de llevarla con él.

Lycans II: ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora