Capitulo 30

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Amber.

Brillaba.

Su ropa brillaba como si estuviese hecha de oro. Los revestimientos de cada hilo estaban bien puestos, unidos entre ellos con una perfecta precisión. Dorado mezclado con blanco en un dosel ancho y resplandeciente que cubría casi todo su cuerpo. Admeg no podía engañarse a sí misma, era el vestido más hermoso que había visto en su vida. Parecía la armadura de un ángel.

La capa alargada de atrás, que se dividía en dos, era la perfecta representación de un par de alas.

¿Por qué le daba tanto miedo mirarlo?

—¿Es muy pesada?— pregunto uno de los hombres en la habitación. Había casi diez personas en el salón. Las mujeres que la ayudaban a vestirse con la nueva adquisición eran cuatro, y los demás eran hombres que iban desde guardias a consejeros, todos igual de embelesados con el brillo del vestido que cubría a Admeg.

Ninguna de nosotras estábamos convencidas con lo que estaba pasando. Muy dentro de mí sabía que no solo se sentía temerosa de la ceremonia, sino de algo más peligroso, pero, ¿Qué cosa?

—Alteza, usted luce como la deidad más preciosa de todo el reino. —dijo uno de los hombres. — La corte aprueba su vestimenta para la ceremonia.

Todos los demás aplaudieron entre ellos, contentos por lo bien que marchaban las cosas. Admeg sentía que la estaban destrozando con cada uno de los aplausos que daban. Si su madre o, quizá, su padre, hubiesen estado allí, todo sería diferente....

—Su majestad, — llamo una de las mujeres que le ayudaban a vestir — ¿Quiere algo de beber?

—Estoy bien. — susurro Admeg, dándose vuelta, para encarar a los demás. — ¿Puedo saber a qué se debe su inesperada visita?

Uno de los hombres le sonrió — Están listas,— dijo, sacudiendo una copa dorada en su mano. Estaba ebrio. — ¡Es un milagro, podemos enseñárselas justo ahora!

Todos parecían muy emocionados por ello.

Admeg dio un asentimiento a secas, y uno de los guardias se alejó para abrir la puerta. Mientras un par de hombres entraban a la habitación, una de las ayudantes se alejó para buscar una enorme caja de cristal.

Los recién llegados le hicieron una reverencia, y Admeg no pudo evitar sonreírle al chico que acompañaba al duque adosar. El, con el pelo negro despeinado y un aspecto desprolijo, le sonrió de vuelta. En sus manos traía un cofre pequeño y rustico, pero hermoso.

—Su majestad. — dijo el duque Adosar, sonriéndole levemente al inclinarse.

—Bienvenidos. — susurro Admeg.

—Espero no haberla hecho esperar. — le dijo el hombre. La ayudante volvió con la caja de cristal, y Admeg, siendo muy cuidadosa para no hacer daño al vestido, se acercó a ellos.

Lycans II: ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora