Capitulo 38

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Amber.

El silencio era demasiado para mí. Se sentía como un mal sabor de boca, una cabina presurizada empujándome contra mi propio cuerpo bajo una gruesa capa de culpa y vergüenza.

Y él se mantenía serio, con los ojos fijos sobre mí, esperando alguna respuesta, algún contraste en mi expresión, algún tipo de reacción. Yo quería hablar, pero mis palabras estaban apretujadas contra mi garganta, comprimiéndose entre ellas.

Me sentía apenada, cubierta por una lluvia de preguntas aun cuando él no había dicho nada más que un nombre.

—Yo...—tartamudee, como nunca—y-yo...

Él se mantuvo callado, pero unos segundos infinitos después, sacudió la cabeza, y se levantó de la cama. Me interrumpió antes de que comenzara a pedir disculpas.

—No tienes que disculparte por nada. —Me dijo, — Tu y yo... Técnicamente no hemos hecho ningún tipo de compromiso con el otro.

Aun así se sentía agridulce, como un pecado que se revolvía de un lado de mi cuerpo a otro, recordándome a cada momento que Zack me había besado. De haber sido cualquier otro, no se habría sentido... diferente. Pero no era cualquier persona, era Zack.

Me lleve las manos a la cara, avergonzada.

—¿Cómo te enteraste?—susurre.

—Oí una conversación por accidente. —me dijo el, tan estoico como siempre. —Ayer, en el cementerio.

Eso explicaba muchas cosas.

—¿Cuándo estabas con Edward?—el asintió. Edward lo sabe. Maldita sea.

Nos quedamos en silencio, un silencio que odie. Esperaba que el dijera algo, una pequeña cosa, lo que fuese, pero Cameron era Cameron y siempre seria él.

—Fue el día que terminaste con Eleonor. —Explique— Volví a la mansión, y... y sucedió....

El asintió, muy callado.

—Di algo, —le pedí— Estas demasiado callado, incluso para ser tú.

El suspiro, y me di cuenta de que estaba enojado. Pero, de alguna manera, eso no estaba en la superficie. En su superficie había una sensación de calma y control sorprendente incluso para él.

—Tuve tiempo para pensar,... aunque al inicio tuve una reacción distinta. —admitió el, apretando la mandíbula y haciendo que algunas venas de su cuello se alzaran en tensión. —Muy distinta. Tuve intenciones de...

Titubeo, y me di cuenta que apretaba levemente el puño derecho. Oh, dios...

—¿Qué cambió?—pregunte, curiosa—No eres especialmente bueno controlándote. Eres tan impulsivo como yo lo era.

Lycans II: ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora