33. ¿Tan cruel?

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- Gracias por eso y... - Jerome esperaba que ella dijera otra cosa, tal vez que dijera lo que en verdad pensaba de él, ahora que él casi se había confesado. - ¿Podrías pasarme el abrigo? - Él se apuró, sintió casi inmediatamente el vacío cuando percibió la lejanía de la Alpha. 

El camino fue silencioso después de eso, Jerome sintió ahogarse por la corbata, a veces se despreciaba a sí mismo. Pero su orgullo era otra cosa, no acababa de aceptar el hecho de que su pene nunca se había puesto tan duro por ninguna otra mujer, o que lo tenía de rodillas, no le gustaban las Alphas, pero con Annelien no le importaba, lo tenía de rodillas con una mirada, y si quisiera haría todo lo que pidiera con una de esas hermosas sonrisas.

Annelien se sintió incómoda con el hecho de que quizá se había ilusionado, quizá sólo le había dicho aquellas palabras lindas para no hacerla sentir mal, y aunque si lo que había dicho era cierto, él no movería una piedra ni cambiaría nada por ella.

- Hemos llegado. - El chófer avisó, y Annelien sujetó con fuerza el abrigo con temor de que su vestido también cayera al suelo.

Jerome intentó ayudarla, pero la Alpha intentó caminar lo más rápido que pudo con aquellos zapatos altos.

- Relájate, nadie va a enterarse. -

- Eso no es lo que me preocupa. - La Alpha casi de tropieza por intentar discutir con el sangre pura, ahí estaba otra vez Jerome preocupado de que se hiciera daño. - Gracias. -

- De nada. Camina, te llevaré a tu habitación. -

- Gracias ya puedes irte. - Pidió la Alpha cuando entró a su habitación segura y salva, Jerome en cambio tenía una dolorosa erección, y ella lo sabía.

- ¿Eres tan cruel? - Preguntó mostrando un pequeño hoyuelo casi imperceptible, y junto a aquellos ojos plateados, derritiendo suavemente el corazón de la Alphaa.

- Lamentablemente no. - Admitió con una sonrisa. Dejándolo pasar, fue a su cama con lentitud y se quitó los zapatos que comenzaban a ser incómodos para ella. - Pensaba tomar un baño ¿Tienes prisa? - El Alpha no dejó de percibir el tono frío de su voz.

- Claro que no... - Cuando ella fue por su bata, y pasó al lado de Jerome, éste haló su brazo molesto por aquella frialdad, robandole un par de besos que luego Annelien despreció, mordiendo su labio inferior con molestia. - ¿Qué pasa? - Preguntó Jerome exaltado por la herida en su labio.

- Jerome, me agrada de verdad que pienses que soy bonita. Tal vez me gusta demasiado. - Ella suspiró admitiéndolo. - Pero no necesitamos involucrarnos más. ¿Cierto? Sólo eres un nudo que me ayuda demasiado bien, digamos. ¿Y yo qué? Robé a tus cachorros por desesperación. Si seguimos así quizá yo terminé con un corazón roto. Y cuando los cachorros nazcan, yo tendré que regresar con mi manada y cuidar de los míos. - Aquella sola mención ahora le aterraba intensamente al sangre pura.

- Nadie ha dicho que vas a irte. - Ella río sin gracia.

- Voy a enamorarme de ti. - Admitió Anne finalmente, haciendo que por primera vez en mucho tiempo aquel corazón del sangre pura latiera casi desbocado. - Me conozco demasiado bien como para saber que soy lo suficientemente tonta o ingenua para enamorarme de alguien como tu. Quizá para ti sean sólo besos, para mi podria ser algo más. -

- ¿Es eso tan malo? Lo único que tienes que hacer es ignorar esa clase de pensamientos. No el fin del mundo. - El sangre pura soltó fríamente también, porque no, él aún no estaba listo para una relación ahora o eso creía, ¿Menos con una Alpha, verdad? Ellos eran polos opuestos.

- Jerome ¿Quién te hizo tanto daño como para que no tengas un corazón? - Ella no era experta en el amor, pero no había que ser una experta para saber que Jerome tenía miedo tal vez no al compromiso, pero si al amor. Peor aún ella ni siquiera tenía esperanzas, tenía que rendirse, ya no podían gustarle sus besos o sus brazos cálidos que la envolvían al dormir.

- Nadie... No ha sido nadie. Nunca he permitido que nadie me haga daño, mucho menos que entren donde no deben entrar. - Nadie menos la Alpha que había entrado a haver un buen desastre de su vida, había entrado a su territorio a robarle, y quizá había entrado a su casa a robarle algo más que sus miradas, suspiros y una que otra sonrisa, había entrado a un lugar prohibido en el pecho para todas las mujeres antes que ella, y sin permiso algubo se estaba colando en su corazón, si todavia tenía uno. La Alpha sonrió levemente, alcanzando a tocar su quijada casi con ternura.

- Entonces hay que mantener eso así ¿Verdad? - Para Jerome aquella era una sonrisa burlona, una que quería borrar.

- No me necesitas, y aunque parezca que sí, yo no te necesito. - Aquellas palabras se colaron hasta los huesos en el sangre pura, como si fuera un balde de agua fría o más bien hirviendo porque lo hizo molestar. ¿No lo necesitaba? - Nunca más voy a hacerlo. - Aquella era una patada directa a su orgullo.

Con toda la paciencia que tenía, él se acercó lentamente a su cuerpo pequeño, dejó escapar una sonrisa genuina, de esas que le causaban escalofríos a Anne, mostrando aquellos hoyuelos que pocas personas habían visto, sus ojos plateados estaban negros de ira, sus venas resaltaban en sus brazos, y su cuello también.

Annelien no se enteró que estaba retrocediendo hasta que sintió la fría pared a su espalda, haciéndola tragar fuerte asustada, volteó a ver aquellos ojos negros que estaban leyendo su alma seguramente.

- ¿Qué vas a...? -

- Algo que debí haber hecho desde el primer día que te vi. - Jerome sintió verdadera lastima por ella, su destino era cruel, tan cruel como su agarre fuerte en su cuello, tan fuerte como sus colmillos sobresaliendo, ansiando probar su piel, picando por impactarse en aquella deliciosa piel de porcelana, y enterrarse no sólo en su cuello sino también en su corazón al morder profundamente y como nunca antes a otra persona.

Aquella mordida sabía a una jodida victoria, Jerome sabía como se sentía ganar, y nunca antes pensó que se podría ganar de aquella manera, con una exquisita mordida en el cuello de aquella mujer hermosa y perfecta que cargaba a sus cachoros.

Una marca tan fuerte que la uniría para siempre a su lado, así él no tendría que preocuparse en donde estaba o como estaba porque se aseguraría de que estuviera bien.

Su sangre era exquisita para su paladar tanto como toda ella. Y de pronto la Alpha tenía aquel líquido de vida escurriendo entre sus piernas, extasiada por sentir el más maravilloso orgasmo con una sola mordida, con unos ojos negros que se volvieron plateados y que iban a devorar trozo por trozo su alma, empezando por su cuerpo.

Last Pure Alpha ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora