Capítulo XV

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A. J. Phoenix

Pese a los intentos de Don Emilio de persuadir a su mujer, Asia salió presurosa hacia el piso de arriba, en sus manos llevaba la nueva tarta, al final apenas si se doro un poco más la costra de pan, pero nada que lamentar. En el rato que estuvo acomodando el postre y luego arreglándose para salir a llevarlo, no había dejado de pensar en lo que pocos minutos antes le había contado aquel chico. El famoso actor estaba en la ruina y de paso con casi una esquizofrenia galopante. Ella se imaginaba cuánto valdría ese chisme y sabía bien a quien llamar para venderlo; pero tuvo algo de miedo, los locos son peligrosos; eso insinuó el Apolo, que el otro andaba agresivo y violento. Bien por el momento esperaría, ya vería si había algo más, o si valía la pena contarlo.

Estaba frente a la puerta del 7A y por unos instantes no se atrevió a tocar. Al final apretó el timbre. Espero unos instantes, y repitió la llamada. Sintió que alguien movía una cadena y la puerta se entreabría.

—Diga, —dijo un hombre mayor asomado por el espacio que había entre la puerta y el marco; ella pudo constatar que en vez de quitar la cadena, él hombre la había colocado.

—Buenas, —sonrió lo más que pudo la mujer mayor. —Soy la vecina del piso de abajo, le traía una tarta en señal de bienvenida al edificio.

El hombre miró el plato con el postre encima y percibió el aroma que emanaba.

—Un momento por favor, —dijo el anciano cerrando nuevamente la puerta y escuchándose la cadena moverse. La puerta se volvió a abrir y Asia pudo contemplar por fin al nuevo inquilino del lugar. Era un hombre mayor, alto, delgado, pero con pansa; unos ojos cuyas gafas culo de botella indicaban una gran miopia, tenía el cabello largo y gris, algo desarreglado, un poco al estilo del 'Doc' del 'Volver al Futuro'. Vestía simple, ropa propia de un hombre mayor; un suéter oscuro de mangas largas y un pantalón ancho a cuadros gris algo pasado de moda.

—Adelante, —dijo el hombre, permitiendo que la mujer entrara.

Doña Asia miró asombrada el lugar, ella era una de las pocas vecinas que visitaba a doña Clarisa, y juntas solían tomar el té. De aquel apartamento decorado al estilo ingles no quedaba nada. El lugar antes lleno de pesadas cortinas y paredes de papel tapiz con flores, muebles artesanales con tazas y adornos de porcelana, sillas de terciopelo con bordes curvos y mucha elegancia, todo eso había desaparecido. Las paredes estaban ahora cubiertas de una mano barata de pintura blanca y desnudas, lejos de aquel tapizado de cuadros de naturalezas muertas con marcos gruesos y barrocos, el piso estaba casi desierto, salvo por una decenas de cajas, todas ellas llenas de libros viejos, muchas de ellas amontonadas unas sobre otras.

—Lo siento, —dijo el hombre acomodándose en un banco sobre la repisa del mostrador de la cocina, he hizo el gesto a la mujer para que se sentara en el otro taburete. Ella dudo un poco, nunca se había sentado en algo tan estrecho y alto, y donde sus pies no tocarían el suelo en caso de subirse en aquel objeto más propio de bares de mala muerte. —Aún estoy en obras y no he terminado de acomodar las cosas, —aclaró el sujeto. —¿Su nombre, me dijo?, —terminó por preguntar el anciano.

La mujer reconociendo que no había otra opción, terminó de subirse como mejor pudo a una de aquellas altas sillas sin respaldo, tratando de sostenerse del mesón de aquella cocina.

—Asia, Asia Olivares Berdugo, —aclaro la mujer. —Vaya cambio, no puedo ni recordar la casa de doña Clarisa.

—Bueno si, me gustan los espacios abiertos, aún no terminan de abrir todo, se suponía que iba a ser un sólo ambiente, sala, comedor, cocina; pero bueno ya se tendrá; mucho gusto, soy Gaspar Cubillo; —dijo el hombre estirando la mano a la mujer.

Sólo Negocios - Serie: Agencia Matrimonial - 02Donde viven las historias. Descúbrelo ahora