Capítulo XXXVIII

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Claude

—No están, se mudaron, —dijo la mujer subiéndose en aquel auto.

—¿Hace cuánto?, —preguntó el hombre tras la mascara de oxigeno.

—Hace un par de días, justo después de la tormenta.

—¿No saben para dónde?

—El portero no sabe, dice que Jenkins suele hacer eso últimamente, está un par de meses y luego desaparece por varios más y nunca dice para donde se muda. Desde que lo catalogaron del Odia-gays no suele dejarse ver.

—¿Odia-gays?

—Larga historia, —dice la mujer molesta. —¿Y ahora qué hacemos?

—Esperar, regresemos al hotel y ya habrá otra oportunidad, no estarán desaparecidos por meses.

—La última vez fueron casi seis meses, me dijo el portero.

—Bueno, seis meses, un año, hemos esperado más, podemos esperar un poco, —insiste el hombre.

La mujer lo mira preocupada, sabe que no hay mucho tiempo, más ahora que están en otro país y lejos de los médicos que tratan al marido. En Ucrania aquellos doctores lo han estabilizado, pero no recomendaban ningún viaje, menos en avión, por los riesgos de la descompresión. Volaron bajo, en aviones privados y lejos de grandes alturas de los vuelos comerciales, pero el cruce del charco fue en barco, eso los demoró más de lo que esperaban. El aire marino, sin embargo, parece haberle hecho bien al marido. No tuvieron mal tiempo en casi todo el trayecto, salvo los últimos días donde debieron parar en Islas Vírgenes y volver a usar vuelos de baja altura. La tormenta en la región obligó a esperar en Puerto Rico antes de seguir a San Alba. Por dos días, ella sentía que era como la paradoja de Aquiles persiguiendo a la tortuga, cuando has llegado a donde se encontraba, ya el quelonio había avanzado otro tramo más y nunca pareces alcanzarlo.

No podían hacer más nada, había que esperar a que Claude volviera a aparecer. Le dijo al chófer del taxi que los devolviera al aparta-hotel. Regresaron al lugar y a la habitación que alquilaron. Ella prefirió aquel sitio, se alquilaba como un pequeño apartamento de playa, desde ahí se veía la bahía y el puerto de yates. La vista era agradable y había una terraza donde podía sentarse con el marido a mirar simplemente como salía el Sol o la Luna sobre aquel mar de aguas verdosas, así como respirar el aire marino que llegaba con su sabor a sal; ademas de observar aquellos grandes buques de carga pasar a la distancia rumbo al puerto comercial e industrial más abajo.

Aquel lugar también tenía algunas ventajas, estaba cerca de un centro medico especializado en cáncer y podía mantener el control del marido. Había solicitado en el sitio una enfermera medio tiempo que viniera dos veces al día para comprobar al esposo. Agradecía no tener que seguir con aquellas mujeres que en casa lo atendían. No le terminaban de agradar y ella no sabía la razón de ello.

Las semanas antes de viajar había hecho un curso rápido de español. Ella dominaba el ingles y el francés, aprender lo básico de esta lengua para poderse comunicar sin depender de traductores había sido relativamente fácil; no podría mantener una conversación, pero podía darse a entender y a su vez comprender cortas frases básicas que le dijeran. Dejó al marido en aquella silla de ruedas y ella fue a buscar el manual de 'aprenda español', necesitaría mejorar más su lengua si iban a permanecer en aquel lugar más tiempo de lo esperado. Se sentó en uno de los sillones y encendió el televisor, paso por los canales hasta encontrar uno de variedades matutinas; no había mejor manera de aprender un idioma que escuchándolo de la fuente original.

—Bueno amigas, al parecer el pájaro fénix a regresado de nuevo para encender nuestras pantallas, —dijo la presentadora Sofía Meller mientras mostraba una gran sonrisa. —Les tengo otra bomba que hará que todas ustedes amigas mías se caigan para atrás nuevamente. Apenas en diciembre A. J. nos sorprendió con que estaba casado y con un hermoso chico rubio.

Sólo Negocios - Serie: Agencia Matrimonial - 02Donde viven las historias. Descúbrelo ahora