Capítulo XLI

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A. J. Phoenix

Gaius terminaba de plantar la última de aquellas matas; no estaba muy seguro de lo que estaba haciendo; a su padre lo ayudaba en la construcción, sabía de bloques, cemento, cal y yesos; podía colocar baldosas, entendía de cables eléctricos y de piezas sanitarias; de tuberías de aguas blancas y servidas; de chico había hecho en las vacaciones algunos cursos de reparaciones domesticas; eso incluía cambiar cables, reparar lavadoras y algo de como funcionaban las neveras; pero no sabía nada de plantas, paisajismo, riego, humus, tierra, abonos, y pare de contar. Hasta los momentos había seguido los planos, y consultado en el vivero todo lo que pudo, incluso se hizo de una libreta de notas; no iba, después de tanto esfuerzo, perder el trabajo sólo porque se le secaron o pudrieron las matas en aquellas jardineras recién construidas.

Gladys ya había salido para el trabajo; iniciaba a las nueve y no volvía hasta las cinco, almorzaba con las chicas de la cajas en aquel abasto donde laboraba. Él se quedaba con la bebe, Gemma menos mal que era regular en sus comidas; ya estaba alimentada y cambiada antes de salir Gladys, luego él le daba biberón a las doce; cambio de pañales a la una; dormía de una a tres; luego otro tetero y repetía el ciclo hasta que llegara la mamá. Miro el corral a través de la puerta del patio; todo sereno, ningún llanto esa tarde.

Bien, era tiempo de un baño, de cambiarse, quizás podría hacerlo junto con la bebe, él terminaba su ducha y preparaba la ponchera para bañar a la niña. Avanzo al estudio que era ahora su vivienda. Iba todo sudado y sucio, pero primero se aproximó a la cuna para comprobar a la hija. Miró dentro y se aterró, no estaba la bebe. Giró su mirada a todos lados, hasta que la vio; y si antes el corazón se le paralizó, ahí sintió que el piso se le abría. En el sofá estaba sentado aquel motorizado todo tatuado, y entre sus brazos tenía a la bebe.

Gaius caminó hacia el hombre, y agarró el bate de aluminio que tenía al lado de la puerta de salida al patio posterior.

—Quieto ahí, —dijo el hombre sacando una navaja. —No des un paso más o algún accidente puede pasar. —El chico se detuvo. —Deja el bate atrás y recoge a la criatura con calma, —completó el tatuado, mientras dejaba a la bebe a un lado sobre el sillón vecino del sofá.

Gaius hizo como le indicaron y tras agarrar a la niña, y confirmar que estaba a bien, la abrazó contra él.

—¿Crees que estoy tan loco para hacerle algo a una bebe?, —dijo el hombre.

—No lo se, sólo se que me desea mal señor Jenkins. Me costó entenderlo, pero cuando me dijeron que se disfrazaba entendí que usted también era aquel anciano que compró el restaurante, —respondió el chico.

El tatuado sonrió.

—No lo niego, y cada vez que te veo me dan ganas de agarrar ese mismo bate y caerte a golpes hasta que no quede de ti más que una masa irreconocible de carne sangrante.

—¿Qué desea señor Jenkins, una disculpa?, bien me disculpo, yo sólo hacía mi trabajo, no me enorgullece lo que hice, pero lo hice y no puedo cambiarlo.

—Una disculpa no me satisface, lo reconozco, fue demasiada humillación, demasiada burla. Sabes que los soldados nazis justificaron las atrocidades que hicieron en la guerra diciendo eso, que era su trabajo.

—¿Y entonces, qué desea de mi?

—Te me escapaste una vez, quería que sintieras lo que sentí; que te violaran y rompieran, por fuera y por dentro; porque estoy seguro que la culpa de tener prostituirte iba a devorarte internamente, y acabar con tu matrimonio también posiblemente.

—Así que me confirma que usted era aquel viejo.

—Era, fui y seré muchos más, nunca se sabrá; eso es lo bueno de ser actor puedes vivir infinitas vidas y ninguna.

Sólo Negocios - Serie: Agencia Matrimonial - 02Donde viven las historias. Descúbrelo ahora