Sólo Negocios - Serie: Agencia Matrimonial - 02

Capítulo XXXIV

Claude

Claude se había quedado 'resguardando el fuerte', al menos ese papel le dejaron. Ariel y Paúl habían salido, Ariel en su álter ego del Ángel del Infierno, con su disfraz de cuero negro y sus cadenas; Paúl se había disfrazado del hippie rubio. Era divertido ver al moreno Paúl con aquel maquillaje y aquella apariencia casi opuesta a él mismo. Pero se necesitaba la presencia de los 'tres sobrinos del difunto' al mismo tiempo.

Las cosas se empezaban a mover otra vez, después de las semanas del escándalo tras la revelación de aquel dichoso matrimonio a la prensa de chismes de farándula, y luego la aparición en aquel juzgado, prácticamente todo había menguado, nada parecía moverse; lo más emocionante, al menos para Ariel, había sido haber acabado con aquel restaurante hacía como un mes atrás. Pero ahora parecía que con la pronta llegada de las lluvias, al mismo ritmo se movían las cosas; las brisas empezaban a asomar su carga de humedad y el calor sofocante ahogaba la ciudad, los relámpagos en las noches iluminaban el cielo a lo lejos; pronto el monzón llegaría y ahogaría todo y a todos.

Claude seguía molesto, desde que el sábado pasado Ariel lo había envuelto en sus nudos y trampas, y había hecho que se acostaran juntos por primera vez. Y lo que él pensaba era que le gustaba realmente a aquel otro resulto ser al final parte de los juegos de Ariel. Bien, era evidente que contra los planes de Ariel no se podía ir, y menos se le podía llevar la contraria; incluso Paúl ya lo obedecía sin chistar e interpretaba el papel que Ariel le indicaba en este sainete.

El primer acto ya parecía haber terminado, y se estaba preparando el segundo y final; pero en medio estaba aquel entremés donde las víctimas escogidas eran un par de mayores chismosos. Claude casi sintió pena por el destino que le estaba preparando Ariel al viejo Juan. Con la dama del sexto piso, parecía que la cosa se prolongaría hasta el segundo acto; y no sabía muy bien como sentirse al respecto; a él le estaba agradando aquella doñita, aunque su lengua fuera otra cosa.

El timbre de la puerta sonó, y él, en su disfraz de chico mulato, se asomó a abrir; ya tenía estudiadas las líneas del papel que iba a representar. Por Dios, él no era un actor de carácter; apenas si servía de relleno, casi como aquellas rubias tontas que interpretan un papel de dos líneas en esas películas clase B, donde más que el dialogo ellas son sólo relleno y cuerpos casi desnudos; eso hasta que hablan y leen incluso mal esas dos malditas líneas; y son al final las primeras en sacrificar ante el asesino de turno.

Rogó no equivocarse y fue a abrir la puerta.

En la entrada estaba doña Asia, él la esperaba; en sus manos llevaba uno de esos deliciosos pasteles de cereza y arándanos; el rojo de la cubierta era espectacular, casi sangriento y morboso considerado la ocasión.

Claude la dejó pasar.

—Hola, —dijo la mujer, se le notaba asustada. —Vine a traer..., —ya no estaba muy segura de qué hacía y por qué.

—Buenas, soy Paco, —dijo el chico mulato, dejando entrar a la mujer. —Muchas gracias, pero no debió molestarse; —completó el chico agarrando el dulce y llevándolo a la nevera.

—¿Estás solo?, —preguntó la mujer aún temerosa.

—Por el momento, mis primos están tratando de resolver lo del funeral del tío Gaspar.

—Fue horrible lo que ocurrió.

—Tomas se retiró hace un rato, nos quedamos a limpiar lo que se pudo; pero la ropa de cama esta inservible, esas manchas de sangre nunca podrán salir, —dijo el chico apuntando a un par de bolsas grandes de basura. —El colchón también habrá que sacarlo y botarlo, —completo el joven.