Capítulo XIII

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A. J. Phoenix

Iraida Jenkins esperaba en su casa la llegada de Ariel, el chico le había avisado que la visitaría ese domingo en la tarde. Ella estaba entre intranquila y molesta. No veía a Ariel desde hacía más de un año y no hablaba en persona con él desde mayo del año pasado. Su molestia fue mayor y no había parado de crecer cuando estando en el viaje de crucero por el Caribe, tomándose una buenas margaritas en el bar, el televisor del lugar mostraba la noticia bomba de aquella fiesta de fin de año, A. J. Phoenix estaba casado con un chico.

Iraida no recuerda muy bien lo que paso en ese momento. Sus amigas Clara y Rosa dicen que se cayó hacia atrás del asiento y se golpeó la cabeza tan duro que tuvieron que llevarla a la enfermería del barco. Ella, sin embargo, sólo recordaba la imagen del chico rubio que era el supuesto esposo de su hijo y no era otro que aquel chico que le había entregado los boletos del crucero, en ese momento una sola idea había pasado por su cabeza. «Ariel, maldito desgraciado». Sus amigas no dejaron de comentar en el resto de crucero la noticia y de preguntarle si sabía quien era de verdad aquel chico que las había acompañado hasta que tomaron el crucero.

El resto del viaje simplemente fue desagradable, entendió para sus adentros que sus amigas sólo les importaba ese chisme y que no iban a descansar hasta sacarle una verdad que ella misma no conocía. Tras regresar a su casa dos semanas después, a inicio de enero, ella permaneció encerrada en su vivienda y prácticamente no le abrió a nadie, incluidas sus amigas, que para este momento sólo las veía como un par de chismosas. «Tengo que buscarme nuevas amigas», había pensado repetidas veces desde ese entonces.

Desde su llegada, a este el primer domingo de marzo, no había sabido nada de Ariel y nunca le respondió sus llamadas, el teléfono siempre marcaba «número no existente». No dejaba de preguntarse que había hecho mal; ella había sido madre soltera, nunca se lamento de ello. Cuando a los treinta decidió que era hora de tener un hijo se fue a una clínica de inseminación artificial y escogió una botella; no tuvo que pedirle a nadie nada, ni darle cuenta a nadie de nada. Ella crió a su hijo lo mejor que pudo y le dio lo que pudo. Cuando el chico se graduó de abogado, ella estaba en el cielo; su hijo era un profesional del derecho. Dos años después había abandonado el trabajo y se aventuraba en la actuación y el espectáculo. Siempre vio en ello un tiempo perdido; pero Ariel pronto se destacó en el medio y ella lo aceptó. Hubiera preferido que la conocieran como la madre del juez o el fiscal Jenkins, pero ahora la conocían como la madre de Phoenix, un tipo llamando como un pájaro.

Ariel, sin embargo, siempre estuvo orgulloso de su madre y ella era quien lo acompañaba si había una premier, alguna gala o algún evento relacionado. Eso compensó en parte su decepción de no estar al lado de un gran abogado, no hubo evento en alguna alfombra roja donde ella no lo acompañaba y donde tenía que soportar las preguntas a su hijo de cuándo invitaría a su novia. En todos esos casos Ariel sólo respondía; «cuándo mamá le de el visto bueno y mamá tiene un listón muy alto para su cachorro, cierto mamá» y terminaba dándole un beso en la mejilla para evitar que ella reclamara que eso era falso.

Por enésima vez se asomaba por la ventana y corría levemente la cortina para mirar afuera. Finalmente un viejo carro azul se paró en la entrada. Dos hombres bajaron y rápidamente se movieron dentro de su patio hacia la puerta principal. Ella esperó los golpes en la puerta antes de molestarse en abrir.

—Hola mamá, —dijo el joven moreno.

La respuesta fue una fuerte cachetada que si no se tratara de una mujer mayor seguro le hubiera volado varias muelas de la dentadura.

El hombre sonrió ante el golpe mientras se acariciaba la cara tratando de que la sangre volviera a circular.

—Mamá te presento a Claude, —completó el joven de pelo oscuro.

Sólo Negocios - Serie: Agencia Matrimonial - 02Donde viven las historias. Descúbrelo ahora