Capítulo XXXVII

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A. J. Phoenix

—¿Dónde estoy?, —preguntó el viejo Juan.

El hombre estaba encerrado en un cuarto no mayor a tres metros por tres metros y por tres metros de altura; sin ventanas; apenas unos bloques de ventilación a una altura de casi dos metros y medio que ventilaban el lugar. Un ventilador de techo refrescaba el sitio, una litera en una de las esquinas, un escusado en otra, junto a un lavamanos. Había un televisor conectado a un sistema de cable, unas novelas en una mesita donde estaba el aparato. Había otra mesa plástica con una silla y sobre ella un microondas, y a su lado una nevera mediana.

—Tiene comida para varios días dentro, —dijo el tatuado apuntando a la nevera. —Si tiene hambre, bueno va y calienta alguna de las viandas en el microondas; hay varios sobres de jugo, y tiene para leer y ver televisión. Considérelo unas vacaciones. Este lugar esta aislado y si grita nadie vendrá a ayudarlo; además le sugiero que no invente nada, si por casualidad decide hacer alguna locura, nadie lo vendrá a salvar y morirá solo como un imbécil.

—¿Qué quien de mi?, soy sólo un pobre hombre, sin dinero, sin familia,...

—Es usted un hombre de costumbres, —lo interrumpió el tatuado. —En su turno en las noches, tras cambiarse en el cuarto atrás, se pone en la entrada; abre una revista y la lee; sólo se levanta del sitio si alguien llama a la puerta, o si alguno de los vecinos le pide ayuda con alguna bolsa. A eso de las diez de la noche, pone la cafetera; necesita de la dosis de cafeína para seguir toda la noche sin dormirse en el trabajo; luego mientras el café se destila, usted hace una ronda y baja al estacionamiento a comprobar que las rejas estén bien cerradas; le toma como unos quince minutos hacer esa ronda. Luego sube y el resto de la noche la pasa o bien leyendo alguna noveleta de quiosco de diarios como esas sobre aquella mesa, —indica el sujeto apuntando a la mesita donde esta el televisor. —O en su defecto, y más comúnmente prende el televisor del pasillo y mira viejas series que transmiten los canales de señal abierta.

—¿Qué quiere usted de mi?, —se atreve a preguntar el hombre mayor.

El tatuado entonces le lanzó un periódico al portero, en un circulo rojo había una noticia. Hablaban de la muerte de aquel anciano en el séptimo piso. Y por lo que se decía poco menos el sospechoso principal era el portero del turno de la noche.

—Pero yo, yo no he matado a nadie.

—Cierto, pero ellos no lo saben, sólo saben que está desaparecido, y que cobró una gran suma de dinero, pero cuando revisen completa la grabación de la cámara de seguridad, ellos no dudaran de su culpa en ese crimen; —dijo aquel sujeto con una gran sonrisa en la cara.

Dicho esto el hombre apretó un control en la mano y la pantalla empezó a mostrar el vídeo.

—Esta es una copia del vídeo de seguridad que tiene la policía del pasillo de entrada del edificio. Fíjese en la hora marcada.

Y Juan miró como pudo lo que indicaba el vídeo, eran las diez de la noche; en ese momento el portero abre la puerta principal en la fachada del edificio y permite la entrada de un sujeto. El tatuado acelera la cinta hasta casi las doce y en ese momento vuelve a aparecer el portero y permite la salida de aquel hombre desconocido que nunca mostró su rostro a la cámara de seguridad.

—Pero..., pero..., ese no soy yo.

—Cierto, pero como dije, ellos no lo saben, ellos sólo saben que este portero permitió la entrada y salida de un sujeto desconocido entre las diez y la media noche; justo lo que según forenses es la hora aproximada de la muerte de don Gaspar Cubillo; en la autopsia indican además que había sido atado y torturado esa noche antes del crimen; ahí sobre la mesa le dejo una copia del informe.

Sólo Negocios - Serie: Agencia Matrimonial - 02Donde viven las historias. Descúbrelo ahora