Capítulo XVII

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A. J. Phoenix

Don Franklin Espejo miraba la entrada de aquel restaurante, hacía casi un mes que el público había simplemente desaparecido y lo peor era no saber la causa. Hoy estaba asomado en la puerta afuera cuando vio pasar a doña Asia, una cliente habitual y asidua del lugar. Salió a saludarla, pero la mujer apenas vio que se le acercaba prácticamente se giró sobre si misma y escapó, como quien escapa de la peste.

Él no supo que pensar.

Ya empezaba a tener números rojos y algunos proveedores empezaban a llamar por las facturas de cobros pendientes. Los empleados, casi una docena, incluidos cocineros, mesoneros, bartenders y de limpieza, también se sumaban a estas demandas, algunos inclusos ya habían puesto sus renuncias a la orden y esperaban el pago de las prestaciones por sus servicios. También estaban los pagos al banco, había pedido un crédito para unas reformas dentro, él sabía que no debía hacerle caso a los muchachos; «pero papá, si es lo más simple del mundo, pide un préstamo y lo pagas en veinticuatro meses, y no tienes que usar tu dinero, se amortiza sólo con los ingresos del negocio»; ahora sentía que estaba atrapado, los fondos personales que iba usar en el local se los había gastado el diciembre pasado en un viaje a Europa para ir a visitar a la familia de su mujer y vaya que Fátima se antojo de comprar cosas, estaba limpio y por primera vez en su vida no tenía reservas para aguantar lo que estaba ocurriendo. ¿Cómo era posible que un restaurante con casi cincuenta años de tradición y una clientela regular de no menos de trescientos platos diarios de repente pasara a cero, eso no era lógico.

La puerta se abrió y un anciano entró. «Un cliente, al fin», pensó. Vio como el chico que hacia de acomodador se aproximó y tras unas palabras se ubicó en una de las mesas. El empleado fue ligero a su presencia y le indicó que el sujeto deseaba hablar con él, con el dueño.

Intrigado don Franklin caminó a la mesa y se presentó ante el cliente, quien miraba la carta y aprovechaba para ordenar un par de platos y algo para beber. Mientras ordenaba le indicó al dueño que se sentara con él.

—Buenas noches señor..., —empezó Franklin todo dudoso.

—Gaspar Cubillo para su servicio, —se presentó el anciano.

—Señor Cubillo,..., el maitre me indica que desea hablar conmigo.

—Así es, vengo en representación de un amigo mutuo.

—¿Amigo mutuo?, —dudo el propietario, no conocía a este sujeto, de eso era seguro.

—Si, nuestro amigo desea hacerle una propuesta de negocios, quiere que le venda su local, al costo, —dijo Gaspar de golpe.

Franklin sintió que se ahogaba de repente.

—Mi local no está a la venta, —respondió tras unos instantes de desconcierto.

—Según nuestro amigo con dos semanas más como esta se declarará en quiebra, esto es que no podrá asumir ningún pago, tanto de acreedores como de empleados; eso aunado que no tendrá más línea de crédito y financiera en ninguna institución bancaria al saberse de su bancarrota. Si vende en este momento puede salir de deudas y pedir ante algún banco algún financiamiento para montar otro negocio, uno menor en tamaño y más rentable, —dijo el anciano con la mayor calma posible.

Franklin Espejo miró a los ojos al sujeto, sabía bien que lo que decía era cierto, pero cómo este fulano podía saberlo.

—Este es un negocio familiar, fue herencia de mi padre y él lo recibió de mi abuelo. No puedo venderlo.

—Yo sólo cumplo con dar el mensaje. Bien, en ese caso le diré al amigo que no desea venderlo. —Dicho esto el anciano agarró el teléfono y marcó un número. —Aló, si soy Gaspar, como estás, ..., no el amigo no quiere vender el local dice que es herencia familiar, ...; que puedes esperar una semana a que el banco lo adquiera, que ya hablaste con la gerencia del banco, bien, bien se lo diré. —Tras cortar el teléfono Gaspar miró al otro en la mesa. —Supongo que escuchó. Tras eso el anciano se levantó y empezó a salir.

Sólo Negocios - Serie: Agencia Matrimonial - 02Donde viven las historias. Descúbrelo ahora