Capítulo XXIX

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A. J. Phoenix

El timbre de la puerta sonaba y don Emilio abría la puerta. En la entrada estaba un hombre mayor, algo de sobrepeso, melena canosa y alborotada; él no conocía al sujeto. Pero al instante le dio mala espina, el juanete le empezó a doler otra vez. 

—Buenas noches, —dijo el sujeto. —¿Se encuentra la señora Olivares?

Don Emilio gruñó un poco, como perro guardián ante posible invasor de la propiedad; se infló igual, para dar un poco de mayor tamaño, e indicar al sujeto que su mujer tenía quien la defendiera.

—¿Quién la busca?, —refunfuño don Emilio.

—Gaspar, Gaspar Cubillo, vecino de arriba, del 7A.

Don Emilio seguía dudoso, pero al final llamo dentro.

—Asia, amor, te solicita el del 7A.

La mujer salió extrañada de la visita, pero luego recordó la suya esa tarde.

—Don Gaspar, saludo en verlo, —dijo Asia.

—Me informó Tomás de su visita esta tarde, así que pase a devolverle el favor, y en ver en que le podía servir; —dijo amable el anciano.

—No, la verdad es que no fue nada, tuve una duda y de repente el impulso de saludarlo, —se justificó la mujer.

El hombre hizo un gesto con la cabeza para ver si podía entrar. Don Emilio seguía como perro guardián en la entrada, le aumentaba el dolor en el juanete por instantes, más ante la presencia de este sujeto cuando avanzó dentro.

—Por cierto, tome, son para usted en agradecimiento de su torta de la vez pasada; —dijo Gaspar pasando a la mujer una bandeja plástica envuelta en papel transparente de confitería. —No se acercan a algo hecho por sus manos, pero seguro las sabrá apreciar; son una pastilás, un dulce ruso casero.

La mujer miro sorprendida aquel regalo, el mismo dulce que le regaló el chico rubio el sábado pasado.

—Vaya esta si es una sorpresa.

—¿Sorpresa?

—Si, hace poco alguien me regaló unas.

—A mi me las dio a conocer el vecino de arriba, el mariquita rubio; —dijo en un susurro a la mujer don Gaspar explicando el hecho. —Y me gustaron, así que hoy que estaba con uno de mis sobrinos y aproveche de ir donde una señora que las hace y compre algunas.

Doña Asia y el invitado se sentaban en la mesita de entrada del recibidor, don Emilio se ubicaba en un sillón en el salón vecino atento a la conversación.

—Me dijo el chico ese en su apartamento que había salido con su sobrino; no sabía que tuviera alguno, —interrogo la mujer.

—No tenía, —dijo el anciano molesto. —Pero desde que gane ese premio y me compre el apartamento me han aparecido esta cuerda de chupasangres y chinches; cuando no tenía un duro, ni me invitaban a las reuniones familiares, ahora, usted viera, entran y salen cada rato; están más pendientes de mi salud que zamuros esperando a difunto.

—¡Oh, por Dios! —dijo espantada la mujer; y ella sabía que era eso, se sentía igual con toda su familia. —¿Y tiene muchos sobrinos?

—Cuatro lamebotas, está el rubio hippie, ese es hijo de mi hermana menor, ella era una loca, de esas de la New-Age, que no sirvió para nada, el chico es igual, un inútil, vende flores y hiervas, además reparte panfletos de la era de Acuario y otras estupideces. Luego esta el menor de mi prima, un morenito que seguro es como el par de chicos arriba, —dijo apuntando a piso superior, —es el que menos fastidia y más ayuda. Hay uno que es hijo de mi difunto hermano mayor, ese viene poco, es peligroso, lo normal es que este preso o peleando en un bar; está todo tatuado y parece que no hay más partes en el cuerpo donde poner más tinta; no dudo que vende drogas y finalmente Tomás.

Sólo Negocios - Serie: Agencia Matrimonial - 02Donde viven las historias. Descúbrelo ahora