Capítulo XXIII

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A. J. Phoenix

[Una semana atrás]

Martina Ducati miraba aquellos mostradores de aquel centro comercial, empezaba a odiar su nueva realidad, odiaba sentirse como jubilada, actuar como jubilada, ella apenas tenía cincuenta y tres años, ni siquiera había cumplido la edad para recibir la pensión por jubilación. Toda su vida había trabajado, se había re-inventado varias veces, todavía podía hacerlo otra vez. Pensaba mientras en la vitrina de una librería buscaba algo que leer.

Ahora odiaba su nueva rutina; no había vuelto a su apartamento, lugar que había alquilado amueblado; sólo sacó sus cosas personales y salvo por la ropa, enceres del baño y joyas, y todo lo demás lo vendió, entregó a caridad o simplemente lo puso en el deposito para la basura. Lo único que guardo y almacenó fueron sus libros; pero ya la semana pasada pasó por una librería de libros usados para que le hicieran una oferta por lo que tenía; ella conservaría algunos, pero no necesitaba decenas de libros, que no iba volver a leer, agarrando polvo, o siendo devorados por las polillas.

Con ese alquiler estaba pagando los gastos de la oficina, lugar a donde se había mudado; aunque sabía bien que algunos de los otros propietarios no veían esta acción con buenos ojos. El edificio donde tenía su despacho era algo viejo, dentro de lo límites con el casco histórico de la ciudad; cuando se dio su primera expansión urbana entre los sesenta y setenta del siglo pasado. Aquella calle se llenó de construcciones medias, de entre tres a cuatro pisos, unas pegadas a las otras, todas con locales comerciales abajo, mientras que los pisos superiores eran destinados a oficinas o a pequeños estudios.

Martina a los veinte tres años se había graduado de abogada, trabajo como asistente legal en el Ministerio Publico unos ocho años, era un oficio marcado por la rutina, bajo salario y poca satisfacción. Decidió que no podía seguir así, y renunció a aquel trabajo, vivía todavía con su madre y en la mesa de comedor empezó a atender consultas legales de vecinos mientras conseguía algo. Completaba sus ingresos con trabajos a medio tiempo de mecanógrafa y archivadora en una que otra oficina. Esos años estudió administración, pensó que eso era algo que podía hacer en casa, y aunque se graduó no tuvo tampoco la suerte que esperaba en ese ambiente. Había mucha competencia y a menos que se tuviera alguna firma de negocios importante, no había entradas abundantes a sus bolsillos. Fueron, recuerda ella, sus años más miserables.

Es cuando estado en la casa de su madre, una vecina le preguntó si podía ayudar a su hija, la chica la habían contratado para un trabajo en la televisora local, esas niñas que usan como modelos en los programas de concursos y que salen cortas de ropa mostrando los premios. Martina revisó el contrato que le pasaban a la chica y le aclaró las dudas legales que no entendía aquella niña. Esa fue su primera ayuda dentro del medio artístico. Pronto la chica le presentó a otras amigas y estas a sus novios, en menos de un año atendía en la casa de su madre a más de una decena de chicos.

—Deberías poner una agencia de representantes de modelos y artistas, —le dijo su madre en esa época.

Ella lo pensó un poco, no tenía interés en modelos, ella sólo revisaba los aspectos legales de los contratos, pero entonces lo pensó mejor y se dijo, ¿por qué no? Tenía a su favor dos elementos, sabía de leyes y contratos, y sabía de contaduría y administración; y le gustaba el teatro, nunca se perdía las dos o tres presentaciones que habían en los dos teatros locales de la ciudad. Así, con esa idea, y agarrando los ahorros que tenía buscó un local para instalarse, no podía seguir atendiendo en casa.

El local que ella alquiló y luego compró hacía ya más de quince años atrás se ubicaba en una de esas construcciones de fachadas pintadas de colores pasteles a blancos, con ventanales de marcos oscuros y pequeños balcones de adornos. Aquel edificio en medio de la calle, apretado contra sus vecinos, estos un poco más altos, era estrecho, no más de diez metros de ancho; dos locales en la planta baja y en medio un pasillo con acceso a las escaleras que subían a los siguientes tres niveles. Ella estaba en el tercer y último piso, sobre ella estaba el techo con sus tanques de agua, bombas, y otros. Siempre temía las llegada de las lluvias y que el asfalto del techo dejara pasar alguna filtración que humedeciera las paredes, pero nunca pasó, al menos no en su oficina; ella aprovechaba la temporada de sequía y ponía al conserje de turno a revisar los canales que recogían la lluvia estuvieran limpios, y que estuviera pendiente de que no hubiera grietas en la capa impermeable.

Sólo Negocios - Serie: Agencia Matrimonial - 02Donde viven las historias. Descúbrelo ahora