🍒 Capítulo 10 🍒

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Los tres dreamers se la pasaron como niños pequeños en el parque los primeros días. Gozaron del paisaje, del clima que, en definitiva, era mucho más fresco y menos sofocante que Egipto. Quizá no hayan grandes necrópolis, pirámides ni estructuras milenarias, pero con un coliseo y unos acueductos estaban felices.

La rubia se sacó tantas fotos con sus amigos que tuvo que cambiar la memoria de su cámara. Deseaba mandarselas a su hermano por correo. Se sentía tan motivada, comenzaba a tener un montón de ideas en su mente. Suspiró con algo de melancolía. Se preguntó si alguna vez cumpliría aquel sueño tan lejano para ella el cual era convertirse en escritora. Era un anhelo casi imposible de realizar -según ella misma-, pero también existía la posibilidad de que ella se estaba limitando o dejando de lado como más de una vez lo hizo de adolescente. Miró a Kakyoin preguntándose "¿Cómo este chico persiguió su sueño de ser pintor a pesar de todo lo que ha pasado?". Extrañamente, sintió que él la incentivaba a hacer lo mismo ¡Ella tenía las mismas convicciones que él, después de todo! Sentía que lo podía todo a su lado, era una sensación muy gratificante...

Kakyoin sintió como Adalia lo miraba de reojo. Sintió que las manos le sudaban. Se secó con el pantalón mientras seguían caminando en dirección al punto que les indicaba la brújula. Polnareff hizo la tarea de guiarlos mientras caminaban en silencio. Al menos no era incómodo para ninguno de los presentes. Aunque ese momento, lo aprovecharon para poder pensar en sí mismos por algunos minutos.

Se acercaba la hora del almuerzo y estaban hambrientos. Decidieron acercarse a la costa para poder ir a comer algo en los restaurantes de allí. Tomaron un autobús que se dirigía al sur que a su vez los acercaba a la playa. Tras unas cuantas paradas, se bajaron e hicieron lo que planearon. Obervaron el horizonte. Se veía hermoso. La primavera se dejaba ver en todo su esplendor con la gente en las calles, los árboles floreciendo y el olor a mar impregnado en el aire.

El restaurante estaba repleto, al igual que los demás de la zona, pero consiguienron una mesa donde comer. Con el paso de los días comenzaban a entender más los platos que pedían y esta vez pidieron con seguridad. Fue como cualquier otro día, simplemente que ahora estaban en la playa. Comieron mientras hablaban de cosas sin importancia. Adalia estaba sentada al lado de Kakyoin y Polnareff estaba enfrente de ellos. Podía observar el mar y ver los barcos pasar de aquí para allá junto a las gaviotas. Pero también podía mirar a dos tipos demasiado sospechosos.

-Adalia, ten tus lentes a mano -Sugirió Polnareff mirando a uno de ellos. Usaba una chaqueta de cuero café junto a unas calzas azules. Tenía el cabello oscuro.

-¿Qué? ¿Hay un usuario de-? -Adalia fue interrumpida. Kakyoin miró con visible sorpresa a Polnareff.

-No lo sé, luce sospechoso -El platinado dejó de mirarlo para observar al otro tipo. Era pelirrojo con los ojos del mismo tono. Aquello era raro. El hombre miraba constantemente al de la chaqueta de cuero a través de sus lentes redondos amarillos-. Será mejor irnos de aquí rápido.

Kakyoin miró a Adalia intentando tranquilizarla. Esta vez no fue como en Egipto. Ella lo tranquilizó a él. Su mirada denotaba confianza y mucha más valentía que la última vez que se encontraron en una situación así. El pelirrojo se dio cuenta que era él el que sentía nervioso, pero respiró algo más sereno al verla. La rubia tomó su mochila y sacó una cajita, esa caja, dentro, tenía los lentes groéticos. Deslizó junto al paquete, una bolsa de tela. Polnareff estaba más tranquilo al ver a Adalia así. Continuaron comiendo disimulando el apuro que tenían.

El hombre de ojos carmesí se echó para atrás estirándose en su silla. Sonrió pícaramente mientras tomaba una porción de lo que comía. Una figura totalmente distinta salió de detrás de él. Aquel chico tenía la piel pálida y era delgadísimo. En cambio, la proyección era dorasa con partes grises y brillantes, tenía una complexidad fornida con una apariencia a lo que recordaba a un gato. Sus brazos tenian una forma extraña que recordaba a un robot. Su antebrazo estaba funcionado con su mano y en vez de dedos, tenía tres largas zarpas. El tipo se pasó la mano por el pelo e hizo una especie de ceña. El ente se movió amenazadoramente hacia donde estaba la persona de la chaqueta de cuero. Iba a chocar con una camarera pero... ¡La atravesó! Aquello... ¡Definitivamente aquello era un stand! Nadie lo veía y se movía con seguridad hacia su objetivo.

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