Quién me diría que esa persona que un día conocí como un desconocido podría despertar en mí tanto interés.
No sé en qué momento pasó, ni cómo fue que empecé a sentir aquello.
Su nombre resuena siempre como un susurro dentro de mi cabeza... Severus S...
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Severus me dejó caer con delicadeza en la cama, pero sus besos mostraban ferocidad y urgencia.
La ropa superior no tardó en desaparecer de nuestros cuerpos.
Sus grandes y expertas manos comenzaron a recorrer mi cuerpo mientras que nuestras lenguas no querían dejar de bailar juntas. Yo agarraba con necesidad su cabello y arañaba un poco su cuello y hombros.
Nos separamos unos segundos para recuperar un poco el ritmo normal de respiración. Estaba deseosa de todo su ser e inconscientemente me mordí el labio inferior.
Él se inclinó sobre mi cuerpo y sin delicadeza alguna tomó entre sus labios un pezones de color cereza. Su lengua no dejaba de jugar con el pequeño botón erecto y sus dientes proferían a ratos endemoniados mordiscos.
El otro seno estaba siendo plácida y sabiamente manoseado por aquellas expertas manos de un versado pocionista.
Al percibir mi excitación cesó su trabajo para dirigir una mano hacia mi centro.
- Tan cálida y húmeda... - pronunció en un seductor susurro mientras acariciaba el clítoris por encima de la tela.
Echó hacia un lado el tejido y recorrió con su dedo desde el inicio de la vulva hasta la entrada vaginal, donde para mi disfrute introdujo dos dedos en mí. Cerré los ojos y me aferré a las frías sábanas de franela.
Cuando sacó los dedos lo miré expectante mientras mi pecho desnudo subía y bajaba a una frecuencia mayor a la normal. Introdujo el índice y el corazón en su boca y bebió de mi.
Se acercó tapándome los ojos con su mano y comenzó a susurrar en mi oido.
- Sientes lo duro que estoy - asentí notando el bulto sobre mi muslo - Pues ahora me vas a sentir más.
En unos instantes noté la presión que su glande ejercía presión en la apertura vaginal. La presión fue creciendo hasta que consiguió colarse entre mis paredes.
- Ahh - solté una pequeña queja de dolor, pero a la vez mi voz no podía esconder el delirio.
Su mano dejó de tapar mis ojos.
- ¿Alguna... petición? - susurró entrecortadamente en mi oido.
- Mássss - pedí.
- Las cosas... no se piden así - me tortuó.
- Por favor... - le supliqué - Severus... Follame más duro.
- Encantado preciosa.
En aquella pequeña habitación solo se escuchaba el ruido de nuestras pelvis chocando con frenesí entre sí, besos exaltados, las respiraciones entrecortadas de ambos y algunos suspiros que escapaban a nuestra cordura.
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