Quién me diría que esa persona que un día conocí como un desconocido podría despertar en mí tanto interés.
No sé en qué momento pasó, ni cómo fue que empecé a sentir aquello.
Su nombre resuena siempre como un susurro dentro de mi cabeza... Severus S...
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Hogwarts me esperaba para comenzar el segundo año de escolarización intermedia. Aunque, después de esas fantásticas vacaciones, iba a echar mucho de menos a mi familia.
Llegué a la estación por aparición, acompañada por mi padre. Le di un rápido beso y fui hasta el expreso decidida a buscar a mis amigos. Tras unos minutos, los divisé a través de la cristalera de la puerta.
– Chicos – comenté abriendo la puerta del pequeño apartamento del vagón –, ¿me habéis echado de menos?
– Pero mira a quien tenemos aquí – respondió mi pelirrojo favorito.
– Que sorpresa, la niñita de papa – insinuó su hermano.
– Lyra, no les hagas caso a ese par de bobos – dijo mi mejor amiga mientras sus preciosos ojos azules se dirigían con reproche hacia los gemelos.
Acomodé mi equipaje para que no molestara y tomé el hueco que había al lado de la castaña y la abracé fuertemente.
– El verano te ha sentado bien – me acerqué al oído y le susurré unas palabras –. Ahora, es imposible que el idiota que tienes en frente no se fije en ti – me aparté y le guiñe un ojo.
– Secretitos en reunión... - comenzó un chico.
– Es de mala educación – concluyó el otro.
– Se siente – les cerré la boca.
El silbato del expreso sonó y el tren comenzó a andar. El soporífero viaje duró más de lo esperado, con una obligada parada de emergencia durante cerca de una hora en Newcastle upon Tyne.
Cuando finalmente llegamos a la estación de Hogsmeade nos montamos en unos carros tirados por criaturas invisibles. Estos nos condujeron a los cuatro hasta Hogwarts. Finalmente, al entrar al comedor nos separamos.
Nada más estar bajo los altos techos hechizado del Gran Salón mis ojos no puede evitar que mis ojos se depositaran en la mesa de profesores. Me tomé de lleno con la penetrante mirada del jefe de mi casa y un escalofrío me recorrió el cuerpo.
Me senté al lado de James y Cope se sentó en el asiento contiguo. Saludé al sangre pura con un besó en la mejilla y recibí un abrazo de su parte como saludo y respuesta.
– Me has dicho a mí que he cambiado, pero la que más ha cambiado eres tú – retomó el tema Cope.
– Pero ¿qué dices? Si sigo igual que siempre.
– Que va, si hasta tu cara ha cambiado un poco, aunque sigues teniendo aspecto de fantasma. ¿Algún día dejarás que el sol toque tu piel?
– Nunca, antes de muerta – solté una risilla –. Es broma, es algo hereditario, mi familia es muy blanca, no soy capaz de que se pigmente mucho mi piel.
