Quién me diría que esa persona que un día conocí como un desconocido podría despertar en mí tanto interés.
No sé en qué momento pasó, ni cómo fue que empecé a sentir aquello.
Su nombre resuena siempre como un susurro dentro de mi cabeza... Severus S...
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Al darme la vuelta vi a un señor mayor con un largo pelo y barba canosa. El anciano llevaba unas gafas de media luna que se apoyaba grácilmente sobre su nariz.
Lo reconocí al momento, era el director del colegio, Albus Dumbledore.
- Oh, la señorita Malfoy, no sé qué le traía por aquí, pero tendrá que disculparnos al señor Snape y a mí mismo. Tenemos cosas que hablar.
- Ella está castigada, señor director - espetó el pelinegro sin apartar la mirada ni un segundo del mayor.
- ¿Castigada? ¿Su primer día de clase? - me sentí mal por las palabras que aquel respetable señor dirigió hacia mí - Bueno, seguro que habría alguna buena razón para hacer lo que quiera que hizo. Seguro que es una jovencita muy inteligente y no haría nada peligroso a la primera o, al menos, no sin saber perfectamente lo que hacía, ¿verdad Lyra? - el director me guiñó un ojo.
- Claro, señor - me apresuré en decir.
- Váyase Malfoy, el castigo será suspendido – sentenció rendido el pocionista.
Mientras iba saliendo del aula sentí un escalofrío recorrerme. No me hacía falta voltearme para sentir la mirada de odio de Snape. Frente a mí, el director me sonreía dulcemente.
- Que tenga una buena noche - logré escuchar al director y entonces me volví.
- Que tengan, igualmente, una buena noche, director Dumbledore- y junto con una de mis mejores sonrisas me volví hacia aquel hombre que me había intentado fulminar con su mirada hace unos segundos -, y usted también profesor Snape - me despedí.
Caminé hasta la solitaria común de Slytherin. Era tan hermosa... Toda la estancia estaba adornada con detalles verdes y plateados, intentando darle algo de vida a las frías paredes de piedra alumbradas por poca luz que lograba atravesar el Lago Negro.
Intenté localizar con la mirada a Copeland entre las pocas personas que había, pero no tuve éxito. Supuse que ella se habría ido ya a su cuarto, así que decidí no molestarla e irme al mío.
Al entrar en el cuarto Norm vino hacia mí y cayó sobre mis pies maullando. Tras jugar un rato con él cogí algo de ropa y tomé un relajante baño.
Nada mas secarme el pelo me tendí en la cama. Caí rendida en poco.
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