Quién me diría que esa persona que un día conocí como un desconocido podría despertar en mí tanto interés.
No sé en qué momento pasó, ni cómo fue que empecé a sentir aquello.
Su nombre resuena siempre como un susurro dentro de mi cabeza... Severus S...
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- Albus – comentó Minerva intrigada -, ¿desde cuando estás ayudándola a perfilar su poder?
- Muy aguda Minerva. Cerca de un año.
- ¿Desde cuándo te permites el lujo y la preferencia de hacerlo?
- Bueno, nadie me lo ha pedido nunca, así que estoy haciendo lo que podría hacer por cualquiera. No es cuestión de preferencia. El meollo de la cuestión es...
El anciano comenzó a explicarme la situación con pelos y señales. Parecía bastante más serio que de costumbre. Yo escuchaba atenta, pero la cara del hombre que estaba al lado mirándome me decía que no me fiara mucho de aquello que estaba diciendo.
- Y bien, ¿Qué opinas? ¿Estarías interesada?
- Es un honor que haya pensado en mí, pero meo veo en la posición de declinar su suculenta oferta – respondí cordialmente, a la vez que demostrando seguridad en mí misma –. Suena interesante como reto personal, pero echa para atrás algo tan público y glorioso, no me gusta llamar la atención o que me observen.
Severus sonrió un poco y los demás profesores comenzaron a cuchichear a mi alrededor.
- Pues entonces demos por concluida la reunión, dejemos que el azar decida quién será el campeón de nuestra institución.
Todos salieron de la sala, quedándonos en esta Dumbledore, McGonagall, Snape y yo.
- Señorita, tengo que admitir que tiene una brillante habilidad, manténgase con los pies en el suelo.
- Gracias el alago Profesora. Solo me mueve la saciedad de conocimiento y el poder proteger a lo demás.
- Ahora – interrumpió Severus – si nos disculpan debemos marcharnos.
- Venga muchacho, ya que estáis aquí quedaos a almorzar conmigo.
- No sé... - dijo no muy convencido.
Él me miró y yo me encogí de hombros, dejándole todo el marrón.
- Está bien – dijo rendido al no ocurrírsele ninguna excusa.
- ¡Excelente! – exclamó el hombre feliz – Minerva, ¿nos haría el placer de unirte?
- No veo por qué no – respondió la mujer con su característica seriedad.
- Maravilloso – respondió el hombre canoso –. Vayamos. Damas primero – hizo un gesto con la mano.
McGonagall salió por la puerta y posteriormente yo. Ambos hombres se quedaron atrás, retenidos unos segundos.
- ¿Qué tramas? – preguntó el pelinegro sujetando por el brazo al anciano.
- ¿Yo? Nada malvado. Sé que ellas tienen alguna aspereza, solo quiero que se suavice la situación a una normal. Creo que nuestra compañera tiene muchos prejuicios sobre la joven Lyra, quiero que vea como es.
