ELYSA ATAJO A TRAVES de un caos de carromatos que tenían ruedas de maderas podridas y chillonas. Miró hacia arriba, al maltrecho cartel de la taberna. El sombrío establecimiento estaba ocupado por muy poca gente, y la mayoría de ellos eran hombres solitarios con expresiones vacías que se bebían sus tragos. Cuando Elysa entró al establecimiento junto a Demothi, pudo contemplar el rostro arrugado del tabernero que lanzó una mirada desdeñosa en su dirección.
—Demothi, esperaba que llegaras —dijo Dasan el tabernero, con voz gélida.
Demothi gruñó en respuesta, cerrando la puerta detrás de él.
Sin duda, el establecimiento estaba más silencioso para gusto de Elysa, pero ahora parecía que todos habían centrado su atención encima de ellos.
—Ah, trajiste al niño —dijo el tabernero, soltando una risa que salpicó toda la encimera de gotas de saliva.
—No soy un niño, soy una niña —dijo Elysa, deseando escupírselo en la cara. Tuvo que agachar la cabeza para ocultar sus mejillas teñidas de rubor por la rabia contenida.
—Deberías dejarte el pelo un poco más largo, niño. —Dasan le devolvió una sonrisa cínica—. Podríamos darte un trabajo, pero eres demasiado flacucho.
—No está disponible para ningún servicio —rugió Demothi, acercándose a la encimera. Dasan apoyó una bolsa sucia con botellas dentro provocando que se estrellaran entre sí y repiquetearan entre el silencio de la estancia.
El tabernero chasqueó la lengua. Elysa tuvo que reprimir un gruñido de ira.
—Una lástima —dijo él—. Podría serme útil.
—No —repitió Demothi, recuperando las botellas de la encimera, guardándolas dentro de otra bolsa raída pero mucho más resistente que la anterior. Él a veces se limitaba a responder con palabras cortas, Elysa nunca entendió por qué.
Elysa cerró sus ojos y respiró profundo. Apartó la vista, intentando mantener su mente lejos de la conversación —que incluía hablar de ella como si fuese la bolsa de botellas que Demothi agarraba con sus sucias manos—, pero seguía sintiendo su cara caliente. Abrió los ojos, cuando se cansó de ver oscuridad.
Contuvo la respiración cuando descubrió un pequeño grupo de Nativos apurando sus tragos con manos gigantes en un rincón. Uno de ellos la miró de reojo, pero siguió conversando con sus compañeros con voz trémula. No podía oír nada de lo que decían y no quería averiguarlo. Uno de ellos tenía facciones delicadas, muy diferentes a los que lo rodeaban.
Su corazón martilleó fuertemente, cuando recordó la noche anterior. Se armó todo el valor que pudo para esconderse detrás de Demothi.
Qué inútil se sentía. La escena la había atormentado incluso en sus sueños.
¿Por qué esos Nativos no se daban cuenta de la presencia de Demothi? ¿Por qué la noche anterior lo buscaban y ahora ellos ni siquiera se percataban de él?
—¿Qué sucede? —preguntó Demothi, atrayendo la atención de ella en la conversación con el tabernero—. Hay muy poca gente en las calles. ¿La celebración del Solsticio de Invierno los dejó a todos agotados? No hay nadie a excepción de los Nativos. Hay algo raro allí afuera.
—¿Acaso no lo has oído? —preguntó el tabernero, entornando sus ojos.
Demothi sacudió su cabeza, frunciendo el ceño. Elysa se concentró en escuchar, observándolos con atención.
—Siete hombres murieron hace unas cuantas noches —dijo el tabernero, atendiendo a uno de sus clientes en silencio—. Todos con la marca del Lobo en la garganta.