Capítulo 4

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—¡VE A TRABAJAR!

Esas eran las primeras palabras que la despertaban en las primeras horas del día. La voz magullada y áspera de Demothi irrumpía sus sueños, devolviéndola a la realidad. Elysa se levantaba como un autómata e iba directamente hacia el campo sembrado.

Al salir, ni siquiera la luz del sol llegaba a tocar su piel. Su aliento se transformaba en un humo cálido y blanquecino. Las frutas y verduras en el suelo gritaban por atención. Ella se agachaba, con los huesos de sus caderas crujiendo por estar en aquella posición por tanto tiempo. Ignorando el dolor, cosechaba, revolvía la tierra y chequeaba que las plantas estuvieran saludables y todo allí quedara en orden.

Luego, lo que había cosechado, lo recogía todo dentro de una caja y la cargaba de vuelta hacia la cabaña. Lo dejaba en la puerta, para que Demothi las observara y se fijara que ella estaba haciendo bien el trabajo. Había veces en las que se daba cuenta de que ella se había comido alguna que otra cosa a escondidas. Elysa sospechaba que tenía todo perfectamente calculado. Y cuando la descubría, las horas de trabajo se incrementaban mucho más.

Los golpes habían cesado, porque ella estaba creciendo muy rápidamente y los murmullos en el pueblo crecerían hasta volverse en contra de Demothi. Así que lo único que podía hacer para castigarla era racionar su comida y aumentar su tortura en el trabajo.

Era un tipo de humillación para ella misma, pero el hecho de que dejara de golpearla había sido un gran alivio. Ser golpeada por alguien más era una clase de humillación que ella era incapaz de soportar. Y nadie, jamás, iba a volver a levantarle la mano.

No tenía otra elección, ¿verdad?

Suspirando hondo, luego de tres horas sin parar de trabajar, descubrió un movimiento a su lado. Un cachorro pequeño, con pelaje marrón y blanco moteado, levantaba su hocico en dirección a ella, olfateando con curiosidad. Cuando el cachorro se dio cuenta de que Elysa lo estaba mirando, movió su cola con felicidad y agachó su cabeza en gesto de sumisión.

Elysa no se sorprendió. Los perros normalmente reaccionaban de aquella manera en su presencia. Al principio posaban sus ojos en ella, olfateándola con anhelo y curiosidad. Y cuando Elysa los miraba, tenían esa extraña actitud. Como si la conocieran de toda la vida.

Se agachó hacia él, rascando detrás de sus orejas y observando cómo su rostro se contraía del placer.

—Tienes hambre, ¿verdad?

El pelaje del cachorro era sucio y duro. Un olor nauseabundo desprendía de su pequeño cuerpo, pero eso no era lo que a Elysa le sorprendió. Las costillas en sus costados parecían gritar por atención. Ella estaba acostumbrada a ver a los perros morir de hambre. Pero les daba de comer, de vez en cuando, así que ellos venían a menudo para reclamar por más y a cambio brindarle cariño y compañía.

Esos animales llegaban al punto de comer vegetales, consecuencia del hambre que tenían. Normalmente preferían el tomate y la espinaca. Pero ese día, en su bolsillo, tenía un pedazo de pan que había conseguido gracias a sus horas de trabajo. Era una pequeña recompensa que Demothi muy pocas veces le daba el lujo de disfrutar.

Y se moría de hambre.

Pero el cachorro frente a ella le recordaba a sí misma. Sola. Dependiente. Muerta de hambre.

Se tenían el uno al otro, así que ¿por qué no compartir lo único que tenía con el único ser que parecía comprenderla?

Sacó la miga de pan de su bolsillo raído. Lo observó con detenimiento. No podía creer que un pedazo tan pequeño fuese el mundo para ella, cuando para otros sólo duraba una tarde en el día.

El Espíritu del InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora