ELYSA SE DETUVO DE REPENTE. Una sombra negra e inmensa se agazapaba en el suelo. Cuando sus ojos se acostumbraron a la intensa luz de los faroles, ella se dio cuenta de que la sombra, en realidad era un felino.
Un gato gigante y negro. Sus garras parecían el doble de grande que la propia cabeza de Elysa. Ella entró en pánico cuando vio el tamaño de sus colmillos. Demothi estaba contra la pared, sosteniendo lo que parecía su propio brazo sangrante. El gato de pronto sintió el olor de Elysa y su propio miedo. Se detuvo y la miró con unos intensos ojos vacíos. El odio tembló en los surcos de su plano hocico. El monstruo abrió la boca, mostrando unos dientes largos, irregulares y relucientes. Elysa entró en pánico, se chocó contra la pared, aguantando la respiración.
La criatura de pesadilla que la miraba fijamente ahora, no podía ser real. Aquellos animales habían sido desterrados de las tierras darteneses, gracias a los Dioses Cánidos, que los mantuvieron protegidos por mucho tiempo.
El gato saltó. Elysa se hizo a un lado, chocando su hombro contra la pared, intentando estar fuera del alcance de aquellas garras. Las uñas de la bestia rasgaron la madera de la pared como el papel. Volvió a precipitarse encima de Elysa, cayendo al suelo en un ruido sordo. Demothi se arrodilló, medio desmayándose e intentando huir a gatas.
El peso de la bestia casi aplastó a Elysa. Lo tenía encima de ella, mirándola a los ojos con una clase de rabia que jamás había visto en un animal. Se suponía que los animales la adoraban, los perros más que cualquier cosa. La seguían a todas partes, incluso mucho antes de que ella clavara la vista sobre ellos. Elysa tenía la esperanza de que si aguantaba la respiración y se quedaba inmóvil debajo de su inmenso cuerpo, tal vez la dejaría en paz.
Entró en pánico cuando la bestia abrió sus fauces, dejando al descubierto sus grandes colmillos y salpicando su pecho de saliva. Posicionó sus piernas por arriba de su cuello, intentando inevitablemente de protegerse a sí misma.
«El miedo lo alimenta más, cálmate», se dijo para sí misma, para su sorpresa.
Demothi gritó. Pasos apresurados se aproximaron a la puerta de entrada. «Donovan», quiso gritar. No. Él no tenía que venir hacia aquí, iban a matarlo, terminaría siendo un pequeño bocado humano como estaba por convertirse Elysa. El gato salivaba hambriento, aunque ella pudo darse cuenta de que no era exactamente hambre de comida.
Los gritos de Donovan rasgaron el silencio. Demothi le siguió después. Se oyó otra voz, por encima de los gritos, claramente dando una orden concreta.
El gato clavó sus fauces en su cuello. Un dolor punzante y desgarrador atravesó a Elysa. Ella gritó con tantas fuerzas, que se desmayó sintiendo el aliento del gato en su cuello y su propia sangre tibia rodeando su cuerpo.
***
Un latido punzante despertó a Elysa, haciéndola quejar del dolor. Abrió un ojo con esfuerzo, entrecerrándolo automáticamente cuando una estela amarilla de luz hizo que sus ojos picaran y se llenaran de lágrimas. Tratando de pensar con claridad, supo que se trataba de una fogata. Con respiraciones lentas y calculadas, se esforzó por levantarse, pero pronto sintió que sus manos estaban atadas a la espalda. Su noción del tiempo era imprecisa, le costaba saber si habían pasado días o sólo unos pocos minutos.
Destellos de imágenes comenzaron a cruzar en su mente: el monstruo de diez pies que se había precipitado sobre ella, mordiéndole en el cuello.
Fue como si la herida oyera sus pensamientos, porque pronto comenzó a punzarle del dolor. En silencio, unas lágrimas le recorrieron las mejillas. ¿Por qué lloraba? Ni siquiera sabía por cual razón lo hacía. Antes de desmayarse del dolor, ella había escuchado gritos —gritos realmente desgarradores— por parte de Demothi y Donovan.
¿Qué estaba pasando? ¿Qué iba a ser de ella?
Tratando de mantener sus pensamientos en orden, se quedó quieta como una piedra. Cabían muchas posibilidades de que alguien rondaba por allí, —quién sabía si se trataba del gato negro—, así que era mejor que pensaran que ella todavía seguía dormida e inconsciente. Usando su visión borrosa, contempló su entorno, hasta donde su línea de visión se lo permitió.
Se trataban de cinco hombres. Y tres gatos negros. Elysa gritó por dentro, con todas sus fuerzas. Luchó por mantener la respiración pesada y tratar de no agitarse. El pánico la inundó, dejándola inmóvil. Era incapaz de pensar y razonar.
Todo dio vueltas. Creía que ella iba a vomitar, pero no lo hizo.
Movió uno de sus brazos. Las ramas en el suelo crujieron, cuando ella intentó apoyarse. Uno de los hombres que rodeaba la fogata, dirigió su vista hacia ella con rapidez. Elysa se quedó de piedra.
Estaba aterrorizada. No porque él la había escuchado, si no, porque ese hombre en realidad era un Nativo. Si sus ojos no la hubieran engañado tanto, entonces se habría dado cuenta antes de sus tatuajes azules. Puede que por esa misma razón ella no pudo distinguir que era un Sangre Azul, porque en realidad, sus tatuajes verdaderamente eran oscuros. No eran azules, eran negros como la noche.
Tanto pánico y sorpresa al mismo tiempo hicieron que Elysa fuese incapaz de sentir algo más.
—Creo que por fin despertó —dijo el Nativo.
Los otros cinco Nativos se dieron la vuelta. Uno de ellos únicamente tenía los tatuajes azules. Elysa lo descubrió por la luz que le brindaba la fogata sobre su cuerpo.
—Creo que es hora de continuar. Supongo que ella podrá caminar por sí sola. Estoy harto de cargarla.
Su voz era tosca y ronca. Combinaba perfectamente con sus tatuajes negros. Era el paquete completo.
—Si no la llevamos pronto, entonces ella no va a resistir —dijo el Nativo de tatuajes azules.
Todos los hombres lo miraron.
—Tu querida mascota casi se la come viva —les espetó, Elysa no supo a quién en realidad—. ¿Tú qué crees? Esa herida no va a tardar en infectarse.
—Pues que se infecte. No es nuestro asunto ahora.
Elysa quiso sollozar. Ni si quiera pudo darse el lujo de hacer eso. Ella sentía que definitivamente iba a morir. Tenía el cuello desgarrado. Estaba agradecida de no tener un primer plano de aquella herida. Por el dolor, sabía que era desde la parte baja de su cuello hasta su hombro. Tal vez también rodeaba parte de su clavícula. En cuestión de unos días, esa herida se infectaría, pues nunca iba a poder sellarla con fuego ni tampoco vendarla con lino suave. Sabía todo aquello, porque a medida que trabajaba en el campo sembrado de Demothi, se provocaba heridas superficiales que nunca habían podido con ella.
Pero eso... eso era grave. Muy grave. Al infectarse, ni siquiera tardaría horas en morir, porque estaba en una zona donde la sangre fluía con más regularidad, estando demasiado cerca del cerebro y del corazón. Cuando la sangre llevara la infección hasta esos lugares, entonces ella... ella iba...
El viento siseó con tristeza sobre los montes. La herida sangraba. Ella había perdido mucha sangre. Ni siquiera tenía idea de cuándo había sido la última vez que Elysa había comido algo.
Ella podía escuchar los lentos latidos de su corazón. Podía escuchar cómo los Nativos se levantaban, apagando el fuego y levantando el pequeño campamento que habían armado. Oyó cómo los gatos negros se estiraban los huesos y ronroneaban por lo bajo.
Pero eso no era lo más importante.
Porque el viento había traído un sonido que la había dejado paralizada.
Le llegó un aullido, a lo lejos. «Un Lobo», supo automáticamente. La palabra apareció en su mente como si estuviera allí todo el tiempo, un conocimiento que le dijo que todo tenía sentido. El aullido no sonaba agudo ni tembloroso. Aquel aullido era firme y autoritario. Decía algo. Algo que ella ni siquiera podía explicar.
Cerró sus ojos. Otras voces se le unieron al canto del Lobo. Se unieron entre sí, pero sin distraer y separar aquella peculiar voz que tanto atraía a Elysa.
Esa voz... le traía calma.
Se sentía segura.
Sus labios se curvaron, de repente.
Estaba sonriendo.