Capítulo 29

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ELYSA DESPERTO DE REPENTE, un grito silencioso en su lengua que la asustó. No sabía cómo, pero se encontraba recostada, así que al intentar incorporarse sintió un dolor agudo que la hizo gemir.

La respiración se le atascó en la garganta, con el pánico callando todo pensamiento racional. Entrecerró sus ojos a la luz, preguntándose en dónde se encontraba. Unas ventanas arqueadas dejaban el paso a la luz solar, con las cortinas recogidas. Un dormitorio.

Pero aquel no era un dormitorio cualquiera.

Había un sofá tapizado frente a ella, tan elegante que incluso hacía juego con la suave alfombra que cubría el suelo. Las paredes estaban pintadas de un color crema, casi gris, pero que resplandecía junto a la tranquilidad y el silencio que la rodeaba. Junto a ella, dos mesas pequeñas —donde arriba de ellas reposaban candelabros majestuosos con adornos de rosas espinosas—, decoraban los lados de la cama en donde estaba acostada.

Una cama, rellena de plumas y algodón, con unas sábanas de seda que la hacían encogerse con cada roce. La comodidad era como una presencia intrusa en su vida. Jamás había dormido en una cama como aquella, no sin trozos de tierra por el trabajo en el campo de siembra que se le atoraban debajo de las uñas y en las rodillas, o los piojos que se dignaban a salir de su cabeza para descansar en la raída almohada a su lado.

La brisa cálida onduló las cortinas en la ventana. Placas de flores de jazmín reposaban en los aparadores y las repisas de balcones.

Elysa se movió con cautela, parpadeando por un momento.

Ningún sonido provenía desde afuera. En el otro extremo, una puerta que se mantenía cerrada estaba tan silenciosa como el ambiente.

«Tal vez he muerto». Pero ella se imaginaba un lugar más siniestro que aquel, o por lo menos, una luz cegadora que la perseguiría hasta el fin de los tiempos. Pero su corazón latía tan desaforadamente que tal vez ella no estaba muerta, no del todo.

Recordó los últimos momentos en el que ella había tenido conciencia.

Los brazos de Hunter habían sido tan acogedores que si no había sido por él, tal vez el sentir que Invierno se despegaba de ella, como si fuese un miembro de su cuerpo, habría sido mucho peor.

¿Qué había ocurrido después?

Las voces habían girado a su alrededor y las lágrimas dejaron unas marcas secas sobre sus mejillas.

Bajó la mirada a sus manos, blancos vendajes cubrían sus dos muñecas, algunos raspones en los codos y rodillas, y por último, una herida que todavía sangraba dentro de ella: su abdomen atravesado. Las ropas de ella y sus botas de cuero se habían reemplazado por una bata de seda limpia.

Frunció el ceño, tratando de recordar más.

Algo doblado prolijamente en la esquina de la cama llamó su atención. Estirando un poco sus brazos, no sin hacer una mueca de dolor por el movimiento, recogió el trozo de tela que olía a jazmín y a vainilla.

La tela se desplazó sobre sus manos. Un vestido simple y de encaje se burló de ella. Justo en ese instante, un ruido en la puerta la obligó a levantar la vista.

Una joven se asomó. Cuando vio que Elysa no decía nada, se adelantó unos cuantos pasos, sosteniendo una bandeja llena de comida y una copa rellenada hasta al borde.

Un pan caliente y esponjoso es lo que robó la atención de Elysa en el primer instante. Nubes de vapor se desprendían de él, al parecer caliente y recién hecho. A su lado, una manzana, un racimo de uvas moradas, frambuesa y un recipiente lleno de queso y verdura provocaron que su boca salivara automáticamente. Un recipiente de miel reposaba junto a todo el banquete de ensueño, listo para ser derramado arriba de la comida. Elysa todavía no recordaba cuándo había sido la última vez que había probado comida real. Todo aquel aroma le envió oleadas de ansiedad, provocando que su rostro reflejara lo que estaba sintiendo.

La joven que reposó la bandeja habilidosamente sobre la mesada a su lado, le regaló una sonrisa, observando el vestido sobre sus manos.

—Oh, veo que te has puesto al día —dijo ella, hablándole de una forma tan cálida y amistosa que se sintió demasiado extraño para Elysa—. Todo esto es para ti.

La expresión de confusión de ella obligó a la sirvienta a hacer una pequeña reverencia, sonriendo fugazmente.

—Cortesía de la Reina Elena.

Elysa abrió bien los ojos. Miró la habitación. La bandeja de comida. El vestido.

—La dejaré a solas, su Alteza. Más tarde una curandera pasará por aquí para revisarte las heridas. Si necesita algo, no dude en llamarme. Estaré del otro lado.

Elysa se agitó, respirando sofocadamente. «¿Su Alteza?» ¡No había nadie más allí! ¿Por qué estaba hablando sola aquella chica? De ninguna manera se refería a ella, ¿verdad?

—Su Alteza.

La joven hizo una reverencia, borrando la sonrisa en su rostro. No sin una mirada de reojo, llena de nerviosismo, salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de ella tan suavemente que hizo que Elysa se sobresaltara en la cama.

Su Alteza.

Princesa del Cielo.

Elysa era incapaz de recordar cómo había llegado hasta allí, cómo era que había pasado de ser una niña debilucha que trabajaba en un campo sembrado para después descubrir que en realidad era una deidad que había venido al mundo con un propósito.

Vencer a El Nigromante.

Sin embargo, dudaba de que la hubiera destruido del todo. Unas hebras luminosas habían aparecido de la nada, que conectaba el poder de la Magia Negra con el mundo real. Habían emergido de la nada misma, pero el sentimiento había sido diferente. Era como si ella hubiese abierto los ojos de repente, que podía realmente ver. Todos habían sido hebras, hebras luminosas, enroscadas y maltratadas, pero hebras de todos modos. Conectaban la vida con el mundo real.

Ella había brillado, explotado en un mundo de lucecitas que se habían esparcido por el lugar hasta derrocar la oscuridad que la atenazaba con altivez. «Yo soy la Muerte», había dicho su voz chillona, silbante y sobrenatural. Sin embargo, había descubierto la forma de desterrarla materialmente del lugar. Sin aquellas hebras, le costaría materializarse nuevamente en el mundo real. Elysa no comprendía cómo era que sabía todas aquellas cosas, pero en su mente habían aparecido recuerdos y pensamientos que ella jamás adquirió.

El Nigromante se había ido, aunque no por mucho tiempo.

Pero eso no era lo que le importaba ahora.

«Tengo que encontrara Invierno».

El Espíritu del InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora