A LA LUZ DEL SOL, SOMBRAS Y DESTELLOS se formaban en su rostro. Más allá en el pasillo, la Reina Elena caminaba sola, su cabello castaño ondulado cayendo sobre sus hombros en forma de cascadas. Hunter, el Asesino a Sueldo, aguardó hasta que la Reina Elena de Eros Dart llegara lo suficientemente cerca para llamar su atención.
La Reina dejó escapar un suave jadeo en cuanto lo vio.
Volver a ver su rostro, tan perfecto y cincelado como la porcelana, le afectó más de lo que creía. Más aún al descubrir que había vuelto a ocultar la cicatriz del ojo con maquillaje.
La Reina no esperaba verlo allí, delante de la puerta donde residía la muchacha.
—No deberías estar aquí, Hunter —dijo ella, y no, su voz no tembló en lo más mínimo. La mirada de ella irradiaba curiosidad y cansancio. Su postura continuaba siendo la misma; con la barbilla en alto y la espalda arqueada.
No. Pensar en aquella espalda, aquella curva que tenía en la cintura y en los hombros. Y la barbilla de ella, redonda y empinada...
—No es a mí a quien deberías decirle eso —habló él, lamentablemente con la voz ronca.
Un atisbo de sorpresa cruzó por su expresión.
—Cuando llegaste aquí estabas al borde de la muerte. Deberías estar descansando.
Elena había ignorado su comentario por completo.
Hunter sostuvo su mirada con dureza. Ella estaba actuando normal, como si nada hubiera ocurrido. Oh no. La Reina Elena no sabía que él sabía que ella había tramado, todo este tiempo, que él muriera cumpliendo su misión. Ella lo había controlado como a un muñeco, una pieza de ajedrez que se adelantaba y sufría con el cuerpo el error y las intenciones del jugador.
Todo aquello no había sido nada más que un juego. Él, una pieza pequeña e insignificante. Elysa había sido la única más importante aquí. El Nigromante había tenido razón después de todo.
Pero la Reina Elena estaba allí, frente a él, preocupándose por su vida. Fingiendo.
—Sólo iba a despedirme.
Levantó la mirada y sus ojos de terciopelo oscuro la contemplaron. Normalmente, un destello de humor pícaro o una burla silenciosa se ocultaba detrás de sus ojos, pero ahora todo eso ya no estaba.
Se había esfumado.
—Te marchas.
Elena quiso que aquello sonara como una pregunta. No lo fue.
—¿Qué...?
—¿Por qué haces esto? —le espetó Hunter.
Elena lo miró, incrédula, intentando calmar los latidos de su corazón por el arrebatamiento de él. Contuvo el aliento, esperando que dijera algo más pero casi atemorizada ante lo que pudiera salir de sus labios. Parecía ajeno al modo en que ella lo observaba atónita.
Una chispa de furia incrementó el brillo en sus ojos. Aquella rabia de él era palpable en todo su cuerpo. Los puños cerrados, la respiración acelerada y los nudillos blancos. Las aletas de su nariz se dilataban como los de un animal. La cólera.
—No comprendo lo que intentas decirme.
—¿Era un títere, verdad?
Silencio.
Elena lo miró, ladeando la cabeza.
Estaba confundida.
—No logro comprender, Hunter. Explícate mejor.