Capítulo 11

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ELYSA LEVANTO SUS PIERNAS, quejándose ante el dolor a lo largo de sus músculos, y se inclinó hacia adelante lo suficiente para abrazar sus rodillas. Todavía el amanecer no había llegado, y la superficie estaba ligeramente perlada de rocío congelado. Tembló de frío, observando a su lado el conejo muerto y un reguero de vómito rosado. Cuando recordó lo que había pasado, hizo una mueca de disgusto.

Ella aún podía revivir esas horribles arcadas. Los órganos dentro de ella se retorcían, de hambre y de dolor.

Se miró a sí misma. Sus manos estaban manchadas de sangre seca y tenía rastros de vómito en el cuello y la boca. Temblando de frío, frotó sus ojos y descubrió a Invierno acostado sobre sus patas.

Al principio creyó que dormía, pero él tenía los ojos abiertos. Fijamente en ella. Reprimió un escalofrío, sin saber si lo que sentía era miedo o anticipación.

El lobo se levantó, estirando un poco las patas traseras, desperezándose. Abrió la boca, sacando su lengua y chocando su aliento sobre el rostro de Elysa cuando se acercó ligeramente. Era como si él esperara a que ella levantara una mano y lo apartara lejos.

Elysa permaneció quieta, sintiendo el calor que desprendía del cuerpo del lobo.

No quería apartarlo. Y no sentía miedo. Era algo más.

Quiso rodearlo con sus brazos, pero se obligó a dejarlos inertes a sus costados. Invierno acercó su hocico, volviendo a olfatear su boca. Con lamidas cariñosas, limpió una parte de la comisura de sus labios. Elysa dio un respingo, casi imaginándose que él era una persona y la estaba limpiando con una lengua humana. «Los Lobos antiguamente eran humanos», chilló una voz dentro de ella.

Pero él... él era tan cálido y reconfortante.

Así que ella cerró sus ojos. La lengua del lobo comenzó a limpiarle parte de su cuello, hasta llegar a su herida. Cuando la olfateó, le dio unas lamidas ásperas en la carne que poco a poco iba cicatrizando.

«Ya no duele», pensó ella con alivio. Invierno se apartó despacio, observando el rostro de Elysa.

Ella abrió sus ojos, sintiéndose más tranquila.

—Gracias —le susurró.

Él... él seguro la entendía. Y nunca se sintió tan agradecida. Aquel lobo blanco y misterioso le había salvado la vida más de una vez. Dos veces, en total, pero ni siquiera el número importaba, porque Elysa se sentía como si le debiera la vida por ello.

Pero se sentía muy cansada, demasiado cansada para hacer otra cosa que dormir. Así que se recostó, con los dientes castañeando y hecha un ovillo en el suelo. Invierno la miró impasible desde arriba, mientras Elysa cerraba sus ojos poco a poco, obligándose a dormir para que dejara de sentir tanto frío.

Su imagen era tan cálida que pronto su cuerpo comenzó a entrar en calor.

No. Los recuerdos no eran calientes. Alguien estaba cerca de ella, compartiendo su calor. Ella espió con uno de sus ojos. Invierno estaba hecho un ovillo, de una manera lobezna, a su lado. Y más cuerpos se le sumaron.

Los sonidos —pisadas sobre las hojas secas y gemidos bajos en la garganta— se intensificaron cada vez más, aproximándose. Toda la manada la rodeaba, con sus cuerpos tan calientes que el viento gélido dejó de enfrentarla y sus dientes pararon de castañear. Si no se hubiera sentido tan agotada, ella probablemente hubiera extendido sus manos y habría acariciado a los lobos hasta el cansancio. Rodeada de ellos, parecía que si un tornado pasara cerca de allí, ella no le temería, porque los lobos la protegerían.

El Espíritu del InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora