Capítulo 9

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LO ULTIMO QUE ELYSA RECORDABA, eran sucesos que parecían haberle ocurrido a otra persona. Como si ella lo hubiera estado observando todo desde una perspectiva diferente, lejos y ajena a todo. Pero cuando el sol se levantó en el cielo, lo que no quiso creer que le ocurrió, la rodeaba.

Esa noche, había recuperado sus fuerzas en cuanto la herida comenzó a curarse. Por el olor, sabía que si no lo hubiese tratado mucho antes, se habría infectado. Pero las lamidas del lobo blanco por alguna extraña razón le había calmado el dolor y la infección desapareció. Incapaz de creerse todo aquello, en cuanto el lobo blanco se distrajo de ella se precipitó hacia un árbol con manos hábiles.

Y pasó toda la noche, colgada e incómoda de un tronco.

Aprovechando el panorama, observó a los lobos debajo de ella.

Eran demasiados, pero había tenido el tiempo suficiente para observar sus pelajes y diferenciarlos por ello. Ocho en total. La primera pareja se trataba de una loba marrón de ojos amarillos, la cual estaba constantemente acompañada por un lobo negro. En realidad, había dos lobos negros en la manada, pero Elysa descubrió que uno de ellos tenía una mancha blanca en una de las patas delanteras, como una bota. Eso lograba diferenciarlos. Por muy extraño que le pareciera, y por las largas horas de aburrimiento, comenzó a ponerles nombres. Así que al lobo de la mancha blanca lo llamó Bota. Se rió para sus adentros, porque los lobos ahí abajo ni siquiera eran conscientes de que estaban siendo apodados ridículamente por una humana que acababan de salvar.

A la loba marrón la llamó Alaska, en honor a la antigua Reina Alaska II. Y su pareja, el lobo negro, lo apodó como Fénix, ya que su pelaje tenía partes en donde lucían rojas, casi como el fuego, y parecía estar en llamas al rojo vivo.

Se concentró en observar a los demás lobos. Había dos lobos marrones y entre ellos una loba gris. Era hermosa, y Elysa se sorprendió observándola con detenimiento. Estaba acostada, lamiendo sus patas con confianza. Su pelaje parecía estar salpicada por las cenizas y barro, así que automáticamente la llamó por el nombre Cinder.

Otro de los lobos marrones, parecía tener una máscara blanca alrededor de los ojos, así que lo llamó Suka, porque al correr, él era muy veloz.

Suka era un personaje heroico en los cuentos infantiles, con una velocidad indiscutible. Ese lobo le recordaba perfectamente a él.

Elysa se sonrió, apoyando una de sus mejillas en la superficie del árbol. Dejó colgando dos de sus brazos en el aire, sintiendo una brisa fría soplar las puntas de sus dedos. La brisa le trajo el aroma dulzón de las hierbas y el sutil olor de los lobos.

Al lado de Suka, el lobo marrón más parecía uno con un pelaje de color naranja. Y lucía demasiado como a un zorro, pero se sintió desconcertada en cuanto se imaginó al lobo siendo llamado Zorro. Le pareció que iba a ser algo vergonzoso para él, así que terminó llamándolo Yukon.

Volvió a sonreír. Recordaba que Demothi un día le había dicho que ponerles nombres a los animales significaba encariñarse y hacerse cargo de ellos, así que tenía que evitar aquello a toda costa. Los perros que pasaban por su casa para visitarla o la seguían después de pasar por el mercado, eran llamados por diferentes nombres que no pensaba revelar a Demothi. La poca comida que tenía, a veces la compartía con aquellos compañeros, como si entendiera el hambre por el cual estaban pasando.

Elysa ya no estaba aburrida y cada uno de los lobos ya tenía un nombre para ella. Pero se había olvidado de algo.

El lobo blanco.

Pensar en él le provocó latidos fuertes en su pecho. Lo buscó entre la manada de lobos, pero no lo encontró. Se sentó en la rama, sosteniéndose para poder estirar su cuello con cuidado hacia abajo, hasta que lo ubicó. El lobo blanco estaba sentado, en el suelo, debajo de ella.

El Espíritu del InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora