SE DESPERTO TEMPRANO, desorientada y confusa. Su agotamiento había sido tal que se había recostado en las zarzas y se había dormido pese a las innumerables espinas y piedras que se le clavaban en la espalda. No recordaba dónde estaba. Al moverse sobre el lugar, lanzó un gemido de dolor cuando los miembros de su cuerpo gritaron en protesta. Rodó sobre sí misma, con su cuerpo tembloroso, para lograr erguirse en el suelo y sentarse sobre sus pies.
Ahogó un jadeo cuando apoyó una de sus manos sobre el suelo. Una venda blanca cubría su mano, manchada de rojo carmesí. Elysa frunció el ceño. ¿De dónde había salido eso?
—Te recomendaría no utilizar esa mano por unas semanas —dijo una voz masculina.
Elysa alzó la vista en un rápido movimiento, con una mirada desafiante. El hombre burlón estaba sentado sobre un tronco tallado, cómodamente, como si no estuviese rodeado de lobos heridos sobre los lados. Un fuego cálido crepitaba a dos palmos de él. El hombre extendió sus manos y las frotó sobre el fuego.
—¿Tienes hambre? Guardé algo de comida para ti. ¿Te gusta la carne quemada?
Elysa observó a los lobos. Primero, se encontró a Cinder lamiendo sus propias heridas, pero con todas las piezas sobre el lugar. Un suspiro de alivio y de dolor salió de la garganta de Elysa, como si estuviese mitad aliviada y mitad entristecida por sus cortes en la piel. A su lado, estaba Bota, acostado a lo largo de su cuerpo, gimiendo por lo bajo mientras movía una de sus patas lastimada en protesta, casi como si ese movimiento lograra detener el dolor.
Fénix sólo tenía pocos rasguños por aquí y por allá, pero Alaska era la más herida de los dos. Dejando al descubierto su cuerpo herido sobre su pareja, dejó que él lamiera sus heridas para que se curaran rápido. Ella estaba en silencio, mirando directamente sobre Elysa. Le devolvió la mirada, y ella deseó más que nada que el dolor de los daños se esfumara.
Suka y Yukon estaban lamiendo frenéticamente un cuerpo en el suelo.
Invierno.
Elysa se esforzó por levantarse, pero lanzó un alarido de dolor cuando intentó ponerse de pie. Todos los lobos voltearon en su dirección con el rostro contorsionado por su grito.
En silencio, los lobos trotaron hacia ella. Pasaron de largo al hombre sobre el fuego, ignorándolo totalmente.
El primero en llegar fue Fénix. Olfateó su rostro con fuertes respiraciones, lamiendo algunos rasguños y el golpe sobre su mejilla derecha. Elysa gimió de dolor, pero se dejó curar en silencio. Cinder fue la segunda que se acercó, rebuscando sobre su torso cubierto de harapos y jirones para lamer los tajos que el sable del Nativo había producido.
De repente, todos los lobos estaban encima de ella. Incluso Alaska y Bota con sus dificultades por permanecer de pie. Elysa cerró sus ojos, soltando lágrimas por sus mejillas. Los lobos las lamieron como si dependieran de ello. Ella se sentía cansada, derrotada, y jamás en su vida había quitado la vida de alguien.
Y lo había hecho sin pensar.
Como si fuese otra persona en su lugar.
Y eso la hacía sentir terriblemente mal. Porque la Elysa que conocía ya no existía.
En su lugar, la reemplazaba alguien extraño que no terminaba de comprender.
Los lobos intentaban irremediablemente por consolarla. Pero se detuvieron. Abriendo sus ojos, Elysa vio a Invierno abriéndose paso entre los lobos.
Lo primero que vio, fue el arañazo a lo largo de su ojo. El cuello de él estaba desgarrado, y su pelaje que había sido inmaculadamente blanco ahora se teñía de rojo y rosa, dejando al descubierto el músculo abierto. El color de su sangre siempre provocaba un intenso contraste contra su blanco pelaje. Tenía sus dos patas delanteras al rojo vivo. El lomo tenía agujeros de mordeduras y su cola había estado a punto de ser cortada por la mitad.