HUNTER OBSERVÓ CÓMO LA LOBA GRIS LAMÍA LAS HERIDAS de sus manos y antebrazos. Invierno se encargó de la Reina Elena, y gran parte de Elysa, pero los lobos atendieron a los humanos uno a uno, mucho más rápido que los curanderos de la corte. Algunos de los soldados habían terminado gravemente heridos, y el rumor de la batalla que se había desatado en las paredes del Palacio Real no tardó en llegar a los oídos dartenses.
Hunter se quedó mirando el rostro de Elena. Ahora ella lucía como una persona derrotada, demasiado cansada para ponerse de pie. Quiso correr ante sus brazos y acunarla entre los suyos y decirle que todo iba a ir bien. Pero ni siquiera podía darse el lujo de decir su nombre de pila en frente de toda la Corte a su alrededor. Pronto, recuerdos en su cabeza le trajeron sensaciones que no pudo evitar. Estaba harto de no poder quitársela de la cabeza. El suave pulgar acariciándole las cicatrices. Sus brazos rodeándole el cuello. Tragó saliva. Hunter tensó todos los músculos del cuerpo en un intento de bloquear el recuerdo.
No lo logró, menos aún cuando ella encontró su mirada y se acercó a él.
—Necesito de ti.
Elena lo guío por los largos pasillos del Palacio Real, se cruzaron con varios curanderos que trotaban ahora, a pesar de que estaba prohibido, porque sabían que necesitaban atender a muchas personas heridas. Se quedaron atónitos cuando la Reina los vió pero más aún cuando ella no dijo nada al respecto.
Ella, con elegancia, lo hizo pasar dentro de una habitación pulcra, pero estaba extrañamente cálida. ¿Era su habitación? Quiso darse el lujo de evaluarla pero estaba demasiado distraído con otra cosa.
—Voy a pedirte algo que puede que no te disguste del todo.
Hunter levantó una ceja, con una expresión divertida en su rostro. Elena por fin lo miró, y frunció el ceño, confundida.
—¿Por qué esa mirada?
Él apretó los labios, haciendo un ademán con las manos.
—Me dices que necesitas de mí, y que me pedirás algo que no me va a disgustar. Y me traes hasta tus aposentos.
Elena al principio no cayó en la cuenta de lo que él trataba de decirle. Pero pronto abrió los ojos de par en par e intentó no taparse la boca con las manos.
—Realmente creo que no me disgustaría para nada...
—¡Sin vergüenza! —musitó, dándole un leve golpe en el brazo. Hunter estalló de la risa y Elena se ruborizó como un tomate. ¿La Reina Elena de Eros Dart realmente se estaba ruborizando? ¿Por él?
—Lo siento, fue una mala broma.
—¡Por supuesto que sí! Estoy intentando pedirte un favor que puede ayudarme a detener una de las guerras más frías, incluso más fría que la propia Ruptura.
Hunter asintió, poniéndose serio. Maldita sea, si él por un demonio de segundo dejara de pensar en volver a besar a la Reina como lo había hecho días atrás, habría captado su mensaje mucho antes de que ella se lo pidiera.
—Sé que esta propuesta provocará que se sumen muchos disgustos y enemigos de mi propio pueblo—comenzó, sus ojos brillantes, todavía no adivinaba si era por su oferta o por su broma pesada—. Te encomiendo a ti, la Sombra de la Noche, para proponer a los Asesinos a Sueldo, Mercenarios y Ladrones, que luchen en mi nombre en esta guerra, y les prometeré tierras en Eros Dart, títulos de nobleza y riquezas por doquier. Serán liberados de toda culpa y condena, si me ayudan a ganar esta guerra.
Hunter dio dos pasos hacia atrás. La miró por un rato, tratando de entender si era ella ahora quien jugaba con él. Tal vez lo que había sucedido hace unos momentos le habían volado la cabeza por completo. O tal vez ella tenía fiebre.
Pero su firmeza decía todo lo contrario.
—Tú sabes toda la contradicción que conlleva esto.
—Por supuesto que lo sé. Entiendo las consecuencias que traerá, o puede que no por completo —hizo una mueca de disgusto, cerrando los ojos—. Pero es una medida que debo de tomar. Es una oportunidad para ellos. Para nosotros. Para mi pueblo.
Oh, qué valor había en todo ello. Jamás había creído que una Reina, o alguien de la Realeza pudiera pensar como ella lo hacía. Alguien en un cargo como aquel sabía a la perfección que los pecadores eran culpables en el momento justo donde cometían un crimen. Y no eran liberados de la culpa, ni siquiera con arrepentimiento hacia los Dioses Antiguos. Cuando entras allí, ya no vuelves a salir, nunca más. Pero por alguna razón, la Reina Elena sabía de eso y aún así veía todo lo bueno. Siempre lo había hecho. Incluso con él. Ella lo había mandado directo hacia la muerte en una misión, pero inconscientemente. Porque veía su propia fortaleza, porque tal vez lo veía totalmente capaz de volver. Y así fue. Tal vez, lo que le había salvado la vida, era lo que Elena creía de él. Volverás. Volverás con la Luna, y los Lobos. Así lo había hecho. Y ahora estaba creyendo nuevamente en él, pidiéndole que ruegue a sus compañeros a unírseles. Aún cuando todo lo que habían hecho era asesinar, violar las leyes, accionar de forma prohibida, todo en su nombre.
Les ofrecía otro camino. Era impresionante que algo tan lejano como el perdón, ahora ella lo ofrecía como una hogaza de pan, recién horneado.
—Tu bondad, mi querida Reina, salvará miles de vidas perdidas —recitó, por primera vez, a su Majestad—. Ni en un millón de años habrá alguien igual que tú. Tampoco te fallaré esta vez.
Hunter se lo prometió a Elysa, a los Lobos, a los Dioses, incluso a las estrellas. A Sarah. Se lo prometió a Elena. Como mujer. Como todo lo que ella era.
Como su reina.
—Tú también serás libre, Hunter. Tú también tendrás el perdón.
Elena sabía perfectamente que él comenzaría un viaje del cual nunca sabría si volvería. Tal vez él bien podría irse y no regresar nunca más. Pero eso no le importaba. Porque eran pensamientos vacíos, como ecos de su pasado. Su pasado tampoco ahora importaba, porque Hunter compensaba todo cuanto hubiera podido faltarle en aquellos tiempos.
La idea de volver a tocarlo ya la tenía en su mente. Su mano reaccionó y ella no la detuvo. Elena pasó el dedo por una larga cicatriz, un corte que se había extendido de la muñeca al codo.
—Dejaré de preocuparme cuando todo esto acabe.
Hunter la miró.
—Y cuando acabe, tú tendrás los mejores banquetes de Eros Dart.
La sonrisa que había esperado arrancarle le suavizó las facciones y sus dientes blancos lanzaron un destello cuando entreabrió los labios.