Capítulo 16

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UN AULLIDO FIRME EMERGIO desde lo profundo de la garganta de Invierno. La luna comenzó a brillar intensamente, y el corazón de Elysa le acompañó al canto con rápidos latidos en el pecho. Toda la manada comenzó a aullar.

La constelación en el cielo fue devorada por los ojos de Elysa, que brillaban por el reflejo de sus luces. Su cuerpo se puso recto, y ella extendió sus brazos, como si fuese a echar a volar en cualquier momento. Los ojos de ella se cerraron, con la luz de la luna atravesando sus párpados. La imagen de dos ojos blancos hicieron una leve aparición sobre sus ojos, pero ella no estaba asustada. Elysa se sentía como la niebla en la noche: ligera y abrazando todo lo que se cruzaba a su paso. Invierno se detuvo, para observar a Elysa con intensidad.

El cuerpo de ella giraba sobre el lugar, debajo de la luna, con sus facciones aterciopeladas inundadas de sombras y matices blancos. Las lágrimas brillaban como la nieve y su cuerpo desprendió un leve resplandor blanquecino.

Invierno la sintió dentro de él. Ella no se detuvo: giraba sobre sus pies con los brazos extendidos. Una melodía acompañada de tambores hacía eco sobre su mente. Elysa flotaba, se sentía flotando, y se conectó con los lobos.

Sus pensamientos. Sus recuerdos. Sus Espíritus.

Ella abrazaba todo eso con los brazos abiertos, totalmente bienvenido. Elysa sintió que echaba la cabeza hacia atrás y aullaba. Ella sintió que tenía un hocico, cuatro patas y miles de sentimientos arremolinándose en su interior.

Invierno se inclinó delante de Elysa.


Elena percibió el vuelco en su corazón, tan intensamente, que sus piernas le fallaron y se arrodilló al suelo sosteniéndose sobre sus manos. Soltó un jadeo, y los guardias a su alrededor se abalanzaron sobre ella para ayudarla.

Rápidamente, a través de las lágrimas sobre sus ojos, clavó la vista hacia el cielo.

La luna le devolvía la mirada, con todo su esplendor.

El viento le trajo un sonido angustiante y firme al mismo tiempo. La piel se le erizó, los pelos de la nuca le siguieron y las lágrimas rodando sobre sus mejillas permanecieron tibias en el frío del invierno.

Un dolor en el estómago. La Reina Elena se dobló sobre sí misma. Se sintió como si le quitaran algo dentro de ella, como si estuvieran revolviendo en sus tripas sin piedad. Miles de imágenes cruzaron sobre sus párpados abiertos.

Se tapó la boca con una mano, ahogando un grito de sorpresa. Las estelas en las paredes se apagaron con el viento, dejando la estancia con un aspecto sepulcral y siniestro. La luna escogió aquel preciso instante para asomar tras una pequeña nube, bañando el mundo de una luz plateada y fugaz. Los guardias soltaron a la reina, mirando alrededor confundidos. Elena permaneció en el suelo, respirando agitadamente. Dos lágrimas se soltaron de sus mejillas, para mezclarse con el sudor y el polvo en el suelo. El corazón se le contrajo como estrujado por un puño de acero, obligando a Elena retorcerse del dolor.

Como si fuese una orden silenciosa, ella alzó la vista.

El dolor la abandonó en una embriagadora ráfaga de poder que se extendió por sus arterias y capilares, hasta que todo su cuerpo hormigueó de magia.

La Vidente Tala, marchita como un árbol a través de los años, estaba sentada sobre una silla que se balanceaba hacia adelante y atrás. Sus ojos estaban cerrados. El cabello blanquecino ceniza estaba recogido con dos trenzas que casi tocaban el suelo con ellas. Y su boca, formaban palabras irreconocibles.

Elena descubrió que estaba cantando.

Y entonces la oyó: una melodía distante y sencilla. Crecía cada segundo, desgarradora, triste pero salvajemente pura. La atrapó y se abrió camino hasta su pecho, envolviéndola en una sensación de una añoranza tan intensa y dolorosa que producía un malestar físico.

La melodía hizo que Elena, aunque no estaba segura de qué era exactamente, echara de menos con todas sus fuerzas a algo que le había sido arrebatado y que no podría volver a respirar sin ella.

Todo continuó. Al principio era lento, un leve susurro. Pero su voz se intensificó, volviéndose temblorosa y entrecortada; pero bella e hipnotizante.

Antes de que Elena recobrara su compostura, la Vidente abrió sus ojos de un parpadeo. La dejó sin aliento. Sus ojos eran blancos. Pero unos ojos tan blancos y ciegos como los de ella no deberían verse de esa forma. No deberían amenazar con tragarte completa y obligarte a perderte dentro de ellos.

—Sabía que lo lograrías.

La boca de la Vidente se movió cuando pronunció esas palabras. No. Ella no estaba pronunciando exactamente esas palabras. Su boca seguía adaptándose a la canción que cantaba. Incluso su voz temblorosa y el volumen vertiginoso, permanecían haciendo eco en la habitación como una montaña llena de horizontes y vacíos descomunales.

Y esa voz... esa voz...

—Madre. —Elena sollozó.

¿Qué es lo que ella había logrado? No había hecho absolutamente nada. No lo comprendía.

—Mi hermosa niña. —Los labios de la Vidente dibujaron una sonrisa celestial.

Ella estaba ahí.

—Tú sabes que ya estaba perdida. Tú eras la única que no podría ser envenenada por la Magia Negra. Sabía que podrías hacerlo.

—¿Qué...?

—Lo está dejando entrar. Ella se está enlazando. —La Vidente cantaba. La voz de su madre, la voz de la Reina Tayen era exactamente la misma de siempre. Había un eco fantasmal en su voz. A veces se producía una leve interrupción, como si le costara hablar tan lejos y tan cerca al mismo tiempo.

Cayó en la cuenta lo que le estaba diciendo. ¿Así que eso era todo?

Elena apretó los labios. Había esperado un momento como aquel desde que ella había partido, sobre un cuerpo sanguinolento y sin vida. ¿Por qué ahora era incapaz de decir todas aquellas palabras que se había prometido decirle, si se le presentaba la oportunidad?

La Vidente Tala le sonrió cariñosamente. Elena jadeó. Esa sonrisa...

—Lo sé, Elena. Yo también te amo. Y siempre lo haré. No te rindas. La Magia Negra no truinfará. Aún cuando todo parezca derrumbarse, mira al cielo. Para que siempre puedas encontrar el camino a casa. Estés donde estés, mira y sabrás que sigue ahí.

Elena inclinó la cabeza sin despegar los ojos de la Vidente.

Te veo, quiso susurrar. Te veo, siempre estás ahí.

Los ojos insondables de la Vidente permanecían fijos en ella. El silencio se agrietó como el cristal y el destello de un mundo destruido mucho tiempo atrás bailó sobre sus cabezas, un reino en ruinas reconstruido que amenazaba con volver a caer.

Pero él no ganará, pensó con los labios apretados.

Su madre había muerto.

Su esposo.

Su hijo.

Su padre.

Ahora, su Reino, y los demás, también morirían, si la Magia Negra del Nigromante se expandía por todos los territorios.

Elena notó el calor de las lágrimas antes de darse cuenta de que volvía a estar llorando. Casi podía ver el rostro de su madre sobre el rostro arrugado de la Vidente Tala. Tan cálida y reconfortante como siempre. Y no se veía sombría ni sus ojos estaban rodeados por una oscuridad que amenazaba con tragársela.

Los Dioses Cánidos habían perdido poder.

El Nigromante intentaba alcanzarla con sus garras negras y afiladas.

Pero Elysa... Elysa había sido enviada para evitar todo aquello.

Su poder era incluso mucho más fuerte que el de un Lobo.

Porque ella había sido enviada especialmente por los Dioses Antiguos.

Ella era la Luna.

Era la luz en la oscuridad.

Y desterraría toda la nigromancia que existiera en la superficie.

Con su poder. Su alma.

Y los Lobos.

El Espíritu del InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora