Capítulo 5

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ELYSA PODIA SENTIR EL SOL escondiéndose entre las montañas del oeste. La piel dejó de arderle, así que fue un gran alivio para ella. Masticó unas hierbas con sabor dulce para darse el lujo de mimarse un poco. De cuando en cuando dirigía su vista hacia atrás, hacia la pequeña cabaña que llamaba «su casa», la cual nunca la consideró como tal. Ni siquiera pudo engañarse a sí misma, repitiéndose en su propia mente de que ella estaba destinada a todo eso.

Servirle a Demothi. A pesar de que a él le costaba caminar por la enfermedad en sus huesos y debía permanecer sentado, nunca asomaba un atisbo de debilidad o de que la muerte estuviera envolviendo su arrugado cuerpo muy pronto. Él era eterno. Elysa podía sentirlo.

Se puso de puntillas para cosechar las uvas frescas, que colgaban gordas y pesadas de sus ramas. Aunque cuando tenía nueve años le costaba llegar hasta allí, ahora que había ganado más altura ni siquiera podía lograrlo.

Se atrevió a comerse unas uvas pequeñas, sin masticar, porque sabía que él la estaba vigilando. Jamás dejaba de hacerlo.

Ella estaba vacía. Elysa ni siquiera se daba el lujo de sentir, porque ya no veía sentido alguno hacerlo. Era una cobarde, porque estaba huyendo de Donovan —sin mencionar también al Nativo extraño que intentaba ser "amable" con ella—, y no podía evitar hacerlo. No quería enfrentarse a nada, no tenía salida de todo aquello. Estaba entre lo que ella quería y lo que no.

Tenía esos dos caminos por delante. Elysa debía escoger.

Primer camino: ser esclavizada, golpeada y acosada por el repugnante viejo Demothi hasta el último día de sus tiempos. Trabajar, comer, dormir, trabajar, comer, dormir. Así, sucesivamente. Vivir sin felicidad, sin alma ni creencias. Una profunda oscuridad y una condena de por vida.

Segundo camino: casarse con Donovan, el mejor amigo de toda su vida, que había dejado de serlo hace un tiempo. El chico que consideraba como a su hermano, tendría que tener hijos con él, incluso vivir toda la vida a su lado, como amantes. Tener libertad, pero pagando un precio muy caro. Otra especie de de condena, porque ella aún así sería infeliz y encadenada de por vida.

¿Cuál era el mejor?

Ni siquiera ella sabía la respuesta.

Quería mucho a Donovan. Incluso de pequeña, hubo una época en la cual sintió cierto amorío hacia él. Pero ahora... Elysa no estaba segura. Donovan le entregaba una seguridad que nadie podría darle, pero ella no sería libre, jamás lo sería.

Esa no era la solución. No lo necesitaba.

Desde que nació, sintió que ella no pertenecía a aquel lugar. Estaba rodeada de las personas equivocadas en el tiempo equivocado.

Su lugar estaba lejos, muy lejos de allí. Demasiado inalcanzable para Elysa.

La oscuridad comenzó a tragarse el panorama. El ruido ajetreado de la multitud incesante en las calles comenzaba a disminuir, porque todos se preparaban y se escondían en sus casas, esquivando el peligro que se avecinaba cada noche.

Los lobos.

—Elysa —graznó Demothi. Elysa se sobresaltó, con la piel erizada. Se puso firme, mirándolo con los ojos bien abiertos.

—Señor...

—Donovan ha venido a verte —escupió Demothi, mirándola de reojo con enfado, ¿él estaba sospechando algo?—. Más te vale que termines de cosechar. No comerás hoy si no lo haces.

«Teodioteodioteodioteodioteodioteodio».

De repente fue consciente. Se miró a sí misma. Llevaba una camisa y unos pantalones sucios, que hacían juego con las botas llenas de barro. No tenía tiempo para limpiarse, así que se encogió de hombros. ¿Por qué tenía que arreglarse como lo haría una dama de la corte? Si él iba a casarse con ella, tendría que acostumbrarse a aquel aspecto. Incluyendo su pelo corto.

El Espíritu del InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora