COLL BRANNAGH LE DEVOLVIO una expresión furibunda que hizo que casi bufara de la irritación.
—El Rey Eamon envió un ejército completo hacia aquí. El Reino Rhenus ha confirmado una guerra contra nosotros. Cruzarán las fronteras de Anatolia, para llegar hasta aquí. —Apretó los puños, respirando forzadamente—. ¿Y usted se niega a responder a eso?
La mirada perdida era lo único que había tenido la Reina Elena hasta ese momento. La habitación estaba a oscuras, iluminando parcialmente el cuerpo de ella. La piel parecía estar hecha de porcelana, como si ella fuese una muñeca con mirada distante que se negaba a sonreír ante las exigencias de los niños pequeños.
—Mi ejército ha caído.
Las palabras de ella eran vacías y distantes.
Un millón de pensamientos corrieron por la mente de Elena, recuerdos de su infancia, visiones de las clases de piano y baile de su madre y de su padre aún cuando estaban vivos, de los hábiles dedos de su padre para crear esculturas, los pálidos ojos de Tayen, la multitud cantando en su contra. Recordaba que siempre se acurrucó en el pecho de su madre, pretendiendo esconderse de lo que la hería. No pasó mucho tiempo hasta que se dio cuenta de que todo la lastimaría profundamente, pero debía hacerle frente a todo costara lo que costara. Ella siempre tenía la sensación constante de elevarse por encima de todo eso, si se convertía en la Reina que ella era. Para mantener a salvo a su reino.
—Los dartenses tienen toda la fe sobre ti. En este mismo momento, creen que su Reina se está preparando para la batalla, de pie, y con la cabeza en alto.
La Reina Elena por fin lo miró. La mitad de su cara había estado a oscuras antes, pero toda su figura quedó al descubierto, naranja y amarillo por la luz del fuego en la chimenea que chamuscaba por las hojas que recientemente habían sido arrojadas. El Consejero Real ahogó un jadeo, intentando permanecer impasible y con expresión seria.
Se le hacía imposible. La cicatriz en su ojo, le quitaba completamente el aliento.
Y la mirada de ella, tan persistente, fría y vacía, hacía que su cuerpo temblara por las ganas de cerrar los ojos y alejarse de aquel gesto tan sombrío que amenazaba con tragárselo por completo.
—He rechazado la mano del Príncipe Brian. He puesto objeciones a todas las propuestas del Rey, y me he negado a crear una alianza con el Reino Rhenus.
Ella se puso de pie, muy lentamente. El vestido de ella siseó y crujió como cuando pisabas las ramas y las hojas secas en el bosque en pleno otoño.
Ella era alta, esbelta, hermosa, pero Coll jamás la había visto tan sombría y furiosa como lo estaba ahora.
Era como si ella hubiese revivido aquel momento cuando los Lobos se abalanzaron sobre ellos...
Los ojos de Elena echaban chispas como el fuego.
—Los he rechazado, los he alejado de mis tierras, porque ellos no pertenecen aquí. Porque piensan que podrán apoderarse de mi pueblo y manipular lo que tengo. Lo que yo soy.
Ahora, la Reina Elena estaba cara a cara con el Consejero Real. La cicatriz en su ojo brilló con luz propia.
—Ya no hay razón para luchar. Aquí no se trata de lo que haré. Aquí ya todos saben que saldrán victoriosos, pero yo los estaré esperando.
Un brillo en su mano. Coll miró hacia abajo, con los ojos bien abiertos. Una daga moderna disparó destellos por toda la habitación, reflejando la luz del fuego en la chimenea.
—¿Usted...?
La puerta se abrió de golpe, sorprendiendo a Coll y a Elena en aquella situación llena de tensión.