Capítulo 33

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LAS TRES MUJERES SE SENTARON alrededor de la mesa como si estuviesen a punto de sostener una conversación casual. Salvo que en aquella ocasión, hablarían sobre los Dioses Cánidos y el por qué ella se conectaba con los Lobos y resplandecía como la luna —cosa que no era nada casual—.

Elysa recordó cuando ella le había preguntado al Nigromante qué era ella. Lo que le respondió luego, no era algo que olvidaría fácilmente.

—¿Has oído la historia de la creación del Cielo, Elysa? —preguntó Tala, ahora con sus ojos semi abiertos.

Elysa y Elena se miraron de hito en hito.

—Desde niña.

Recordaba perfectamente que era la única historia que Demothi no gruñía de rabia al oírla. Trataba sobre los cuatro Dioses Antiguos principales: Araan, Kaiser, Talia y Kikiri, que crearon al mundo tal cual estaba. Se dieron cuenta demasiado tarde de que las nuevas especies que habían creado, los hombres, eran tan crueles y despiadados que no conseguían vivir en un mismo lugar sin herirse entre ellos. Allí fue cuando decidieron cambiarlos, pero el resultado fue mucho peor porque los hombres se convirtieron en seres mortales que eran débiles y sentían con profundidad. Incapaces de cambiarlos, tomaron forma humana para advertirles el peligro que resultaban ser para sí mismos, pero ellos no los escucharon y los desterraron de sus propias tierras, incapaces de serviles a sus Dioses.

Fue ahí cuando ellos fueron nombrados Dioses Antiguos, ya que los humanos nunca les creyeron y los consideraban de una vida pasada.

Araan enfurecido y contagiado de la ira humana, como consecuencia creó al Sol, una deidad de fuego interminable con el propósito de quemar y destruir a la tierra. Talia, al enterarse de eso luchó contra Araan y el la hizo explotar, haciendo trizas su Espíritu y su propio poder. Pero Talia nunca murió, si no que los pedazos de su Espíritu se convirtieron en piezas que inundaron el Universo y le dieron un hermoso espectáculo desde la línea de visión de la Tierra. Talia, triste y bondadosa decidió permanecer en aquella posición, esparcida por todos lados para que fuera un consuelo para aquellos humanos que eran buenos.

El Sol, enamorada de Talia reciente convertida en las Estrellas, consumió a Araan y lo secuestró dentro de él para que estuviera cerca de la Tierra y de los humanos y les diera luz y calor por los días.

Pero era allí hasta donde sabía.

—Los días eran los momentos claves para los humanos, ya que por las noches sucumbía la oscuridad y se llevaban las almas de los humanos por cada segundo que pasaba. —Elena la observó fijamente, alumbrada por los candelabros que enviaban sombras y matices sobre su rostro esculturado—. Los Dioses Antiguos habían fallado, porque sus propias creaciones los habían contagiado de pecados y ambición. Dolor y sufrimiento.

—La Magia Negra —susurró Elysa por lo bajo—. La Magia Negra era la que se había alimentado de todo aquello y se apoderaba de los humanos.

Elysa jamás se perdía las fogatas donde todos en el pueblo de Sierra se reunían para oír las leyendas y las historias de la creación del mundo y del Cielo. Jamás se olvidaría de las descripciones de aquellas noches donde los humanos eran arrastrados a un sufrimiento interminable y a una oscuridad que se los tragaría hasta el final de los tiempos.

—Kaiser y Kikiri decidieron crear una deidad, poderosa, humilde, bondadosa, con el alma más pura y guerrera para que consolara a los humanos y les diera luz por las noches más frías y largas y no se sintieran solos. Para proteger a los más débiles.

—La llamaron Luna —dijo Tala, apoyando sus manos frías y arrugadas como pasas sobre las de Elysa—, la Luz Brillante y Princesa del Cielo.

—Pero yo no soy una esfera en el Cielo —contestó Elysa, frunciendo el ceño.

El Espíritu del InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora