EN SUS APOSENTOS, ELYSA LLORO DURANTE HORAS, hecha un ovillo en su litera. Cada sollozo vibraba a través de sus músculos doloridos, pero el dolor sólo conseguía que llorara más fuerte al recordarlo todo. Cinder, Alaska, Fénix, Suka, Bota y Yukon estaban muertos. Todos ellos. Ni siquiera podía imaginar sus cuerpos desangrados, en el suelo, inmóviles...
Ellos la habían protegido hasta la muerte.
Elysa se apartó un mechón de la cara, sintiendo el calor del cuerpo de Invierno contra el suyo. El lobo gemía, mirándola intensamente, pero ella no tenía fuerzas para responderle. Le avergonzaba mirarlo a los ojos.
El fantasma de una niña que había luchado por sobrevivir aún seguía dentro de ella. ¿Cuántas vidas habían contribuido a protegerla, cuánta había guardado su secreto? ¿Cuántos habían arriesgado sus vidas porque creían que la suya era más valiosa? Porque creían que podía convertirse en alguien lo bastante poderoso para detener al Nigromante.
Pero ella seguía sintiéndose insignificante. Incapaz.
Alguien llamó dos veces a la puerta. Elysa no respondió. Su mano viajaba a través del pelaje blanco de Invierno, mientras él tomaba una siesta profunda llena de sueños y caricias, ya resignado al intentar consolar a su ama. Con el lobo casi en su regazo, lo sujetó. Él era tan cálido y sólido, tan próximo y real... Por un momento sintió que estaba en lo cierto, que lo necesitaría para sobrevivir a aquel fracaso.
La puerta se abrió de todos modos. La brisa trajo consigo el olor peculiar de Hunter. Él olía a hombre, a sudor y al bosque. A menudo parecía que olía como un lobo, pero sus sentidos estaban muy confundidos alrededor de él. Invierno se erguió de un salto, sus músculos tensos y la mirada penetrante clavada en el hombre en la puerta.
—Hey —dijo suavemente. Él cerró la puerta detrás de él. Cuando la cama se hundió bajo su peso, Elysa lo miró de reojo.
Era la primera vez que veía a Hunter sin su capa negra que lo camuflaba en la oscuridad. Aquella vez llevaba una camiseta gris y unos pantalones negros sueltos. Las cicatrices estaban al descubierto en sus brazos, clavícula y pecho. Combinaban bastante con la camisa. Antes se le había ocurrido que sus ojos eran negros como su cabello, pero descubrió que eran de color miel, como el ámbar.
—Sigues aquí —dijo sin moverse.
—Suenas como si no quisieras que estuviera aquí —contestó él haciendo una mueca burlona.
—Sé que no es por mí —respondió ella sin ninguna expresión—. No pareces un hombre que se retira sin cerrar asuntos importantes.
—En parte es por ti, no voy a mentirte —admitió Hunter chasqueando con la lengua—. Me encomendaron para buscarte y traerte aquí a salvo. Pero aún siento como si continuara buscándote. Me metí mucho en el papel.
Elysa cerró los ojos. El aura de Hunter le sacaba el aliento.
—Kaiser —le susurró—. Le amas.
Cuando ella abrió los ojos de golpe, se encontró a Hunter mirándola quedamente. Él tragó saliva, tomando un momento para recomponerse.
—Un asesino no puede amar a alguien. Y menos si ese alguien es una reina.
Elysa rió amargamente. Su vida no había sido la única complicada. Pero las cosas eran más simples de lo que creían.
—Eso es sólo una excusa. Y tú lo sabes.
El desagrado titiló a través de la cara del hombre, como si fuera un tema en el que no quería pensar demasiado.
—Hay algo que debo contarte.