Capítulo 38

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INVIERNO SE INCLINO SOBRE SUS DOS PATAS con la lengua afuera, mirándola con un brillo burlón en sus ojos. Elysa lo imitó, sonriendo distraídamente. El lobo dio un rodeo alrededor de ella y saltó sobre sus piernas, mordisqueando sus manos. Una carcajada escapó de los labios de la chica, y se tiró al suelo para no caer de forma violenta por el peso de Invierno sobre ella. El lobo era tan grande que llegaba a desaparecer su cuerpo en el suelo, pero sin embargo, Elysa agarró el cuero del lobo, imitando sus gruñidos de diversión. Invierno intentó lamerle la mejilla, pero en el intento se ahogó con su cabello largo, crecido con el tiempo. Ella lo apartó lejos, dolor en su estómago provocado por la risa. El ladrido que él soltó hizo eco en todo el pasillo del palacio, pero ella estaba demasiado concentrada para darse cuenta.

«Juega conmigo», le dijo entre ladridos y lloriqueos burlones. Elysa sacudió a cabeza de un modo muy extraño, como si fuera un perro, y a continuación se agachó y plantó las poderosas manos en el suelo, a ambos lados, mirando fijamente a Invierno con una sonrisa traviesa. El lobo fue quien la imitó después, y se acercó a ella mordisqueando suavemente sus muñecas, los antebrazos y el cuello. Unas lamidas pequeñas recorrieron la cicatriz en su clavícula.

Elysa le gruñó y el lobo se tiró al suelo, mostrando la barriga en gesto sumiso. Los dos se revolcaron en el suelo entre gruñidos y risas, hasta que ella terminó arriba del lomo de Invierno, mordiendo una de sus orejas suaves.

Elysa desvió su atención ante un movimiento por el rabillo del ojo. Allí fue cuando se dio cuenta que habían dos guardias escoltados a pocos metros de ellos, mirándolos con los ojos como platos.

Elysa se quedó de piedra, alejando su boca de la oreja de Invierno. El lobo sintió el desconcierto de su dueña, y miró en dirección a los soldados de manera intensa. Como si les hubiera gruñido, los escoltas hicieron el ademán de retroceder, con sus labios temblorosos.

A parte de sentir vergüenza y timidez, Elysa intentó reprimir todo ello dentro de una caja en su mente. Se sentó junto al lobo en el suelo, con las piernas cruzadas. Los miró con atención, ladeando la cabeza de forma inocente.

—¿Por qué le temen?

Había una mezcla de miedo y fascinación en el aire. Era el débil olor que ellos desprendían. Casi podía sentir el hocico de Invierno como si fuera el de ella, sintiendo el olor humano, el olor almizcle y acre al mismo tiempo flotando hacia ella.

Y parecía que tampoco se bañaban en días.

—Escuchamos los gruñidos. —Uno de ellos se animó a hablar, titubeando—. Queríamos asegurarnos de que se encontraba bien, Su Alteza.

Elysa frunció el ceño ante el título.

—¿Su Alteza? —preguntó en voz alta—. Yo no soy una princesa.

Los dos escoltas se miraron entre sí, confundidos.

—Su Majestad nos comunicó sobre usted.

Ahora era Invierno y ella quienes se miraban entre sí, confundidos.

—¿Sobre mí? —musitó para sí misma, en voz baja.

Elysa miró la cicatriz a lo largo de su palma, brillando con la misma intensidad que los ojos amarillos de Invierno. Si los escoltas del palacio ya sabían sobre ella, ¿Eros Dart también?

Casi podía escuchar sus exclamaciones. «Las leyendas son ciertas. Todas ellas lo son. La Luna es real, en carne y hueso. ¡Ha vivido entre nosotros todo este tiempo!». ¿Qué sabrían ellos de lo que estaba ocurriendo? ¿Habrían descubierto las recientes muertes de Demothi y Donovan? El pueblo de Sierra seguramente fue un mundo de especulaciones y rumores.

El Espíritu del InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora