HUNTER ESTABA GOTEANDO SUDOR, su cabello alborotado y suelto, sus músculos tan tensos como una roca. Elena divisó varias líneas irregulares, blancas y brillantes, sus brazos y clavícula llenas de cicatrices. Un laberinto completo. La camisa de lino fino de él se aferraba húmeda y traslúcida a su espalda.
Más cicatrices por allí.
Elena lo miró fijamente.... A los músculos ondulando sobre sus hombros y sus fortificados brazos... y todas sus buenas intenciones se esfumaron en el aire. No parecía divertido con lo que hacía, era más como si fuera un castigo. Se oía la fuerza de su aliento desde donde estaba.
Mientras ajustaba las dagas sobre sus manos, echó una mirada de reojo, dándose cuenta de que la Reina lo estaba mirando.
Elena trató de apartar la vista, no sin antes ver el leve guiño sin sonrisa que le hizo Hunter a ella.
Uno de los escoltas que vigilaba la puerta de entrada se pasó las manos por el cabello, maravillado por la velocidad del Asesino a Sueldo.
—Su Majestad —la saludó Hunter, con una leve inclinación a modo de saludo—. Me alegra de encontrarla despierta en un día tan horrible. ¿Qué puedo ofrecerle?
Allí estaba otra vez, el Hunter que había conocido al principio. Todavía persistía el leve humor que siempre tenía en el brillo de sus ojos, pero desde que habían conversado la última vez, no volvió a ser el mismo de antes. ¿Cómo podía hablarle como si nada hubiese ocurrido?
—Pueden retirarse —dijo Elena en voz alta.
Ruidos de pisadas y cascos le dieron a entender que los soldados se retiraban de la habitación en silencio. Hunter la miró, arqueando una ceja.
—¿Tengo que preocuparme?
Elena lo ignoró. Se acercó a él con paso decidido y la vista en alto. Una oleada de olor a sudor y a bosque la golpeó con fuerza. Trató de no inspirar y hablar con voz calma.
—Tenemos conspiradores entre nosotros.
Hunter cambió su expresión. En el silencio que siguió, se inclinó hacia ella hasta que estuvieron separados por sólo centímetros. El brillo en sus ojos le hizo tragar saliva. Una oscuridad profunda que tal vez ella nunca entendería. No del tipo que ella tenía dentro suyo.
—¿Crees que soy yo? —le susurró en voz baja.
—Por supuesto que no —le respondió Elena—. Sé quién eres. Y la Vidente Tala no me dio a entender que eras tú.
Pero este castillo estaba lleno de espías y aduladores que querían nada más que usar cualquier conocimiento que pudieran para avanzar en su posición, y dudaba de que Tala supiera quiénes eran exactamente.
Por un milésimo de segundo, Hunter tocó su barbilla distraídamente. Él pareció no darse cuenta de aquel gesto, pero el calor que envió con su toque sobre todo su cuerpo, le causó un leve estremecimiento.
Se alejó un paso de ella, perdido en sus pensamientos y el ceño fruncido.
—Tal vez no fue precisa, pero ¿no te dijo qué tipo de persona era?
Elena negó con la cabeza, intentando aguantar su ansiedad. Hunter giró sobre sí, dándole una vista plena de su perfil derecho. Tal vez él no se había dado cuenta de que aquella vez no tapaba su cicatriz con maquillaje, pero ella sí notó los de él.
La mirada lejana en los ojos de Hunter la dejó desconcertada. Por último, se giró de nuevo hacia ella. Parecía que quería preguntar lo que la estaba preocupando, como si supiera que se extendía más allá, pero no lo hizo.