Capítulo 15

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INVIERNO MIRO A LOS CUERVOS que revoloteaban sobre sus cabezas, graznando de manera siniestra y molesta. Elysa observó que caían en picada y volvían a elevarse entre las ramas de los árboles.

Aún así ellos no volaban en círculos. Eso significaba que no había comida cerca.

Como si Invierno hubiera leído sus pensamientos, la miró de reojo. Después de que ellos se habían levantado sangrando esa mañana, había algo extraño que perturbaba sus pensamientos. Era como si ellos estuviesen conectados. La pesadilla que vivió esa noche fue demasiado real para ella. Elysa estaba completamente segura de que la luz que se había tragado la oscuridad para alejarla lejos de ella había sido Invierno dentro de sus sueños.

Pero eso ni siquiera tenía sentido.

Elysa pasó una mano por su cabello, incapaz de pensar las cosas con claridad. Descubrió que lo tenía más largo que antes. Le rozaba por los hombros ahora, cuando antes lo mantenía corto hasta las orejas. Caminando en zancadas, se dirigió a un arrollo que de milagro no se había congelado. Inclinándose hacia el agua, observó su reflejo con gesto imperturbable. Allá donde la herida en su cuello había sido insoportablemente dolorosa, ahora era una franja de piel brillante y rosada. Su ojo ya no estaba morado ni tampoco lucía como un demonio en el infierno. Descubrió que no lucía tan delgada como antes, más allá de que comiese un par de veces al día. Para ella, había sido como comer en abundancia sin parar, a comparación de la forma en cómo se alimentaba antes.

Más allá de todo eso, el corazón de ella galopaba en su pecho como un caballo salvaje. Todavía recordaba la niña que había sido atrás, hace unos años, cuando deseaba dejar de huir y poder hacer su vida como ella quisiera. Podía sentir los últimos resquicios de la Elysa que había sido después de escapar al bosque y ser capturada por los Nativos. Era como si ella estuviese encerrada dentro de sí misma, esperando la oportunidad de salir a la superficie.

Elysa inspeccionó su alrededor, pensando. En los arbustos algunas sombras se asomaban y desaparecían en un abrir y cerrar de ojos, casi como si nunca hubiesen estado allí. Pero ella no temió.

Por las noches, a veces esperaba que los animales salvajes se acercaran a ellos por curiosidad. Pero la presencia de los lobos era lo suficientemente peligrosa como para espantarlos. En algunas madrugadas se sorprendía escuchando a Invierno gruñendo por lo bajo o a Cinder haciendo guardia en los alrededores con autoridad. Bota era el que se asomaba entre los arbustos para escarbar y saltar a las sombras. No se habían cruzado con ningún otro animal, ya que probablemente los habrían visto y habrían reaccionado. Todo estaba en calma.

Invierno se sentó a su lado. La cabeza de él se apoyo en su regazo, sobre sus piernas cruzadas. Respirando hondo, Elysa sintió su calor profundo traspasar la tela de su ropa. De a poco se había acostumbrado a caminar en la nieve. Al principio sus pies amenazaban con volverse morados y no querían responderle, pero poco después las pieles de los cuerpos que dejaban los lobos de algunos animales le habían servido para cubrir sus botas con piel gruesa para que el frío no traspasara tanto el cuero. Apoyando una de sus manos en la cabeza de Invierno, acarició su pelaje caliente e inmaculadamente blanco.

A veces se preguntaba cómo lograba mantener su pelo tan blanco.

Invierno casi disfrutaba de sus caricias. No. Él por poco movía sus patas con placer y sacaba la lengua de sus fauces para respirar agitadamente. Le resultaba graciosa su actitud ya que estaba acostumbrada a verlo en silencio y mirándola entre las sombras como si fuese algo valioso. La confianza entre ellos dos se iba incrementando a medida que los días pasaban. Cuando volvían de cazar, ella ya no le daban náuseas sentir el aliento de la sangre en sus fauces ni tampoco sus pelajes mojados de agua sucia luego de ir de pesca.

El Espíritu del InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora