OSCURIDAD. UN CORREDOR APARECIO por arte de magia sobre su línea de visión. Se oyeron pasos calculados, haciendo eco por los rincones vacíos. Elysa permaneció inmóvil, incapaz de mover sus tiesos músculos. Los miembros de su cuerpo gritaron en protesta.
Algo gritaba dentro de ella, no podía silenciarla.
Hasta que descubrió lo que significaba.
Elysa ahogó un grito, un jadeo, un lamento.
«Esto no es real. Esto es una pesadilla».
Barrotes de acero la encerraban contra una estancia pequeña, fría y húmeda hecha de ladrillos de granito. Los grilletes que se cerraban sobre sus muñecas y tobillos hacían ruido cuando ella intentaba removerse en el suelo. Automáticamente, un gemido se le escapó entre los labios.
Más ruidos se oían. Clap. Clap. Clap. Los pasos se detuvieron.
Un estruendo metálico. La celda en la que ella se encontraba encerrada, se abrió. Una sombra alta introdujo rápidamente una cacerola con comida. Elysa ni siquiera le dijo una palabra. Miró la comida, impasible.
La estaban alimentando.
¿Por qué la retenían allí?
Su mente iba y venía. Cuando todo comenzaba a cobrar sentido y sus pensamientos se reacomodaban, la realidad la golpeó tan fuerte que tuvo que intentar con todas sus fuerzas por no descontrolarse.
Los pasos se desvanecieron. Luego, desaparecieron por completo.
Elysa contempló los grilletes que aprisionaban sus muñecas.
«Esto no es real. Esto es una pesadilla».
Lo único que había querido en la vida, era ser libre. La sensación había durado muy poco. Había tenido la vaga ilusión de que tendría una vida plena llena de privilegios.
Elysa, terminaba encerrada en una celda, aún sin respuestas, golpeada, maltratada y siendo tratada todo menos como una persona. Inspiró hondo, mareada, y bajó la vista hacia las piedras del suelo, iluminadas por la luna.
¿Era posible que los únicos seres que la habían visto a ella como una persona, había sido únicamente los lobos?
Tal vez por eso...
—Quiero salir de aquí —musitó para sí misma, hundiendo la cabeza cuando las lágrimas volvieron a anegar sus ojos. Elysa se tapó el rostro con las manos. No, ella no iba a llorar. No cedería jamás. Se moriría por dentro con aquella tristeza que cargaba, pero no volvería a llorar jamás.
El cuerpo de ella estaba húmedo por el agua sucia que corría entre los ladrillos de granito.
Una voz la llamó.
—Niña. —Parecía provenir desde el otro lado—. Oye, niña.
Elysa se estremeció por la desesperación de la voz. No le respondió.
—¿Eres tú? ¿Eres la Princesa del Cielo? ¿La Luz Brillante?
Silencio.
—¿Lo eres? —insistió.
La idea era ridícula. ¿De qué estaba hablando? Estaba a punto de unirse a su compañero de calabozo para reírse junto a él.
—No lo sé.
Su voz sonó grave y ronca. Estaba oxidada.
—Debes tener poderes. Seguro que sí, seguro. Puedes sacarme de aquí, ¿verdad? Sácame de aquí.