No había podido conciliar el sueño en toda la noche. Rendida, en un arranque de repentina confianza, me dispuse a encender la televisión que se encontraba frente al sillón. Necesitaba ver las noticias con desesperación. El desconocimiento de la situación que se vivía afuera provocaba en mí gran intranquilidad.
Los medios hablaban del confinamiento obligatorio, nadie podía salir de su hogar o de donde sea que se encuentre por un tiempo determinado. Al parecer, en el caso de los universitarios, el campus estaba muy bien organizado, para hacer frente a la situación se habían entregado previamente cajas, con provisiones necesarias, para subsistir durante el aislamiento.
Me dirigí a la cocina y vi allí las tres cajas enormes llenas de harina, pastas secas, verduras y todo tipo de alimentos esenciales, la envoltura gris era llamativa y extraña, tenía pintado un rótulo particular en letras capitales.
Escucho un fuerte carraspeo detrás de mí y me volteo avergonzada por mi notoria intromisión. Hiram se encontraba de pie a mi lado, y en sus labios se dibujaba una pícara sonrisa.
Me detuve un momento para observar su cuerpo. Es delgado, pero su espalda luce ancha. Me atrevo a decir que resulta intimidante. Tiene un extraño tatuaje en el medio del abdomen, el cual no había notado hasta ahora. Su cabello caía de forma desordenada sobre su frente, y sus ojos, a diferencia de su sonrisa, se perciben un poco más pequeños e inofensivos de lo normal, evidenciando que recién se levanta de un sueño profundo. Un carraspeo me despierta, otra vez, de mis pensamientos.
—¿Disfrutando la vista? —Rompió el silencio con un tono pedante—. Ya veo... No creo que sea casualidad que te hayas infiltrado en mi departamento, quieres aprovecharte de mí y de mi dinero —continuó hablando ante mi falta de respuesta, luego levantó una ceja de manera acusadora, y como consecuencia, siento la ira apoderarse de mi cansado cuerpo.
Quizá la situación era graciosa para él, pero no resulta serlo de forma alguna para mí. En otra oportunidad hubiera considerado su comentario inofensivo y de poca importancia, hasta lo hubiera dejado pasar, pero en esta ocasión fue diferente.
Me sentía realmente afectada. Mis ojos comenzaban a humedecerse, mientras que mis pesados párpados se mantenían abiertos, haciendo el mayor esfuerzo por no parpadear y que con una lágrima torpe la compostura cayera fuera de mí. Con los labios apretados y sin decir palabra alguna, me aleje lo más posible de él, aunque fuera físicamente imposible debido a que estamos encerrados en un departamento de tan solo tres ambientes.
Los pocos pasos de distancia que logré tomar me dieron quietud y sirvieron como un liberador escape. Me siento en el sillón cruzando mis piernas, con el estómago hambriento pero la mente en calma. Aún a la distancia, lo oigo reír de mi reacción previa.
Resulta difícil para mí comprender su falta de empatía. El aire de superioridad que despliega majestuosamente y sin ningún tipo de arrepentimiento amenaza mi facultad de comprensión. Incluso me dejó sola ayer, notando que estaba indefensa, tal como si no le importara en lo absoluto. El colmo es que ahora mismo se dispone a comer relajadamente, haciendo ojos ciegos a la presencia que se encuentra a su lado.
Ha llegado el mediodía, brillante, desplegando su tortuosa y lenta aparición. El tiempo simplemente no corre y las horas cuentan como días infinitos en el encierro. Hiram no ha salido del dormitorio desde nuestro encuentro matutino. Yo, por mi parte, no me moví del sofá en ningún momento, estoy aislada en esta esquina, aferrada a ella, inmóvil e impotente.
No tengo fuerzas, estoy hambrienta y angustiada, recuerdos de mi abuela y mi hogar me atormentan. Pienso en lo mal que está todo afuera, y no hago más que temer por mis seres queridos.
Después de varios intentos logró reunir fuerzas para ponerme de pie, al hacerlo y verme frente al espejo del baño, mi reflejo me ha dejado anonadada. Mi piel está más pálida de lo común, mis ojos, rodeados por dos círculos negros, y mi pelo, no es más que una maraña.
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El mar en invierno
RomanceTerror, pánico y desenfreno. El mundo colapsa, las calles vacías lloran las horas y no queda ápice de la vida cotidiana. Muerte y desolación, estado de sitio, las autoridades decretan el aislamiento obligatorio y las puertas de las fronteras se cie...