Escribí la fecha del día de hoy con detenimiento, trazando los números con gran delicadeza y esmero, era un día importante, más que eso, significativo e inolvidable. Hoy se cumplirán dos años desde que dejé mi hogar en la costa y me mudé a la ciudad. Pequeños detalles que no pasan desapercibidos ante mí, es inexplicable cuánta nostalgia y emoción me provoca el recuerdo, sin importar lo ajetreados que sean los días, no pasó ninguno sin pensar en mi abuela, en nuestro viejo hogar, y en cómo todo ha cambiado.
Vivo en Inglaterra, Londres específicamente, la ciudad con la que siempre soñé. Mi departamento es austero y sencillo, pero tiene una vista preciosa hacia las agitadas calles londinenses, las cuales no cambiaría por nada. El ruido del tráfico es música para mis oídos, la lluvia me inspira a escribir, y cuando la oscuridad amenaza con apagar las calles, el rojo despampanante de las cabinas telefónicas corta su curso, volviendo realidad cualquier fantasía, dándole verdadera vida a las historias dormidas dentro de las películas que solía ver de niña.
La rutina puede llegar a resultar agotadora, no todo es un sueño.Trabajo en la administración de una oficina dedicada al área de bienes raíces, suelo atender a clientes de habla hispana y cumplir con los exigentes requerimientos de mi jefa. Me vi obligada a dejar mis estudios por un tiempo, intento pensar que es tan solo una pausa en el camino y que, sin importar lo que haga, llegaré a destino y terminaré lo que empecé.
En el aspecto económico, la vida adulta me ha jugado una mala pasada; pese a que las condiciones no fueron las idóneas, me arriesgué, tomé un avión al olvido, sumiéndome en un viaje al encuentro, y aquí estoy, al otro lado del mundo envuelta en un acertijo, muchas veces increíble y otras muchas, asfixiante.
Un sonido me despierta de mis pensamientos, obligándome a levantar la vista de mi cuaderno. Oigo a Timothée anunciar que alguien golpea la puerta, en un indicio de que yo debería salir a atender. Me pongo de pie con agilidad, no me queda otra opción, este es mi departamento, soy la anfitriona y Tim el invitado. A veces lo olvido, debido a que solemos pasar mucho tiempo haciéndonos compañía; aunque no vivamos juntos somos más que familia.
A Tim por su parte no le ha ido nada mal, su investigación exhaustiva dio fruto, le dieron un título de honor internacional y ganó una gran beca de estudios, decidió usarla aquí en Inglaterra de forma en la que sin importar las circunstancias estaríamos juntos. Agradezco muchísimo tenerlo a mi lado, cerca, es un trozo de familia que me he llevado, un recuerdo de donde vengo y un brazo que me dirige con su compañía hacia donde voy.
Al abrir la puerta un hombre me hizo firmar una planilla en señal de que recibí el paquete, y luego dejó una caja sobre la alfombra en el recibidor. Observé el cubículo de papel por un momento, al centrar la mirada en el color y el tamaño del mismo, lo reconocí al instante, era la caja que él me había dado. Su estado me dejó anonadada, estaba completamente intacta, sin un rasguño, alguien la había conservado todo este tiempo.
Mis pies comenzaron a sentirse débiles, mi estabilidad estaba a punto de perderse de un momento a otro, había dejado de respirar, el aire no entraba a mis pulmones, estaba pasmada, no era posible, Hiram estaba en prisión, había sido juzgado por la Suprema Corte al igual que su padre, estaban en una prisión de máxima seguridad, la idea de haber enviado la caja y todo lo que esa acción conlleva era inconcebible.
Había escuchado muchísimas teorías; él no aparecía en las noticias tal como lo hacía su padre o por lo menos el abogado del mismo, por un momento me sentí aliviada, esta era la respuesta a esas malas voces que afirmaban que él estaba muerto o peor aún, que se había suicidado.
Cuando me mudé decidí desentenderme de todo lo que había pasado, de la política de mi país y del estado de Hiram, por lo menos por un largo tiempo. Timothée en repetidas ocasiones quiso contarme qué le había pasado o darme información del caso, pero rechacé su oferta, necesitaba completa distancia, finalmente estaba donde debía estar y mis heridas, con un temporal pintado de olvido, iban cicatrizando lentamente.
—¿Quién era? —preguntó Tim, acercándose, traía un traje elegante ya que hoy tendría un examen final, definitorio y de suma relevancia para su currícula.
—No lo sé, solo vino a dejar un paquete —respondí girando sobre mi propio eje dispuesta a mirar en su dirección, miré su apariencia, lucía muy bien, renovado, feliz.
—¿Qué hay en la caja? —preguntó alzando la mirada y dirigiéndola al frente, su habitual curiosidad resultaba más que inoportuna.
—Unas cosas que encargué, libros, no tienen importancia —dije arrancando la postal que colgaba a un costado de la misma con sutileza, la escondí en un bolsillo de mi abrigo y me acerqué a Tim. Acomodé su corbata negra ajustando el nudo en un intento de cambiar el tema—. Te irá muy bien, tranquilo —dije terminando de ajustar, ahora su camisa.
—Gracias —dijo para luego seguir hablando, sobre su ensayo y sus temores, palabras que lamentablemente no pude escuchar.
Sin importar lo mucho que deseara no hacerlo, solo pensaba en Hiram, su postal y el dibujo que había plasmado en ella: se observaba la playa, en un caluroso día soleado, arena blanca y cielo azul vibrante, sabía que, de ahora en más, esa imagen me perseguiría, que esa noche sin dudas soñaría con él, su vívido recuerdo, y el mar en verano.
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El mar en invierno
RomanceTerror, pánico y desenfreno. El mundo colapsa, las calles vacías lloran las horas y no queda ápice de la vida cotidiana. Muerte y desolación, estado de sitio, las autoridades decretan el aislamiento obligatorio y las puertas de las fronteras se cie...