40. Ya no pude ver otra cosa

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El último adiós y la carta.

Un manto oscuro cubre el día soleado, sin importar lo contradictorio que esa afirmación suene. Estoy de pie sobre la hierba, la naturaleza viva debajo de mí me hace anhelar la inmortalidad. Frente a mis ojos, un espacio con tierra recién removida que cubre los restos de mi abuela. La observé en silencio, descender y ser cubierta, tan solo somos tres personas, Tim, Gabrielle y yo, apelando a los recuerdos y siguiendo las costumbres en un intento vano de darle a la situación la dignidad que se merece. El silencio es vacío y pobre, en contraposición, las palabras se escuchan insuficientes, me incomodan los abrazos y también la lejanía del tacto, no hay acción que honre su nombre como quisiera, ni instructivo que prepare al ser humano para esto. Ahora más que nunca entiendo que somos polvo.

Meto la mano en uno de los bolsillos de mi cardigan negro, acaricio el sobre que descansa allí, de forma supersticiosa, esperando que un milagro transforme lo único que mi abuela me ha dejado en un amuleto, que pueda acercarme por lo menos por un momento a sus afectos.

Me disculpo con mis compañeros, les pido un minuto a solas y camino en dirección a un banco de cemento ubicado al fondo del predio. Me siento allí con pesar, el sol ilumina mi rostro y deseo fervientemente que llueva, que el día sea tan triste y oscuro como mis emociones, pero no es así; el traicionero invierno costero se vistió de verano y nos deslumbró con un sol radiante que enfoca más que nunca todo lo que anhelamos ocultar.

Tomé la carta entre mis manos, esta vez no la abracé como solía hacerlo cuando recibía una en el encierro, simplemente la apoyé en mi regazo, porque esta ocasión era diferente, ya no había esperanza que atesorar, esta era la despedida final, el último adiós.

Querida Gia, si estás leyendo esta carta seguramente ya me he ido. Tengo la conciencia tranquila porque te he dicho todo lo que tenía que decir en estos últimos días. Aun así, siento una deuda pendiente con tu piel, se ve cansada y oscura, como si se hubiera desgastado junto con la mía; quiero asegurarte que no es así niña, eres joven, y fuerte, tu carrera recién inicia.

Te llevo conmigo y por mí lo has hecho todo, ahora es tu propio turno. Como dice la sagrada biblia,» los muertos no sufrimos, no cobramos ningún salario porque nuestro recuerdo se ha olvidado», esto no quiere decir que te olvides de mí, sino que no debes preocuparte por mi estado más bien debes hacerlo por el tuyo hija mía. Tienes que saber que mi recuerdo no habita en las cosas materiales que te rodean, habita en ti, no te aferres a nada, no es necesario ya que mi recuerdo lo podrás llevar contigo a donde quiera que vayas.

Vende la casa y vete lejos de este pequeño pueblo, que siempre ha sido mío pero nunca tuyo, busca tu lugar en el mundo, lucha por tus propósitos y nunca dejes de escribir, en tus palabras revivirás las mías saciando tu deseo de verme, de traerme a la vida. Como dice un texto de Filipenses, deja que Dios te dé su paz que supera todo pensamiento, que calma tus facultades perceptivas y avanza, búscate en los lugares y las personas, halla el amor.

Sé que tu relación con aquel chico no es lo que era, sin importar lo mucho que te has esforzado por ocultarlo no puedes engañar a tu abuela, los años no vienen solo con achaques, también acarrean experiencia, en cuanto te vi entrar a la habitación supe que el destello del amor había desaparecido.

Eres capaz de tomar tus propias decisiones, pero como ultimo consejo te recuerdo que no solo te guíes por el corazón, es traicionero; usa tu mente, tu inteligencia y tu experiencia, de esa forma encontrarás el amor correcto a tiempo y no cederás ante la confusión de los necios, probando por las malas que estabas sembrando en la tierra equivocada. Aun así, que el temor no te ciegue, cree en lo que amas y ama lo que crees, vive por el cambio pero nunca pierdas tu esencia, si crees que vale la pena arriésgate por ello y aprender, no te arrepientas. Mantente humilde y agradecida, aléjate y en la distancia acércate a lo lejano, perdona y olvida, mi mayor deseo es que mi recuerdo sea un impulso, un aliento de vida que te empuje a no bajar los brazos, no dejes que la angustia te consuma por él, tú consúmela en su nombre y todo pasará. Me despido fervorosa, contenta y agradecida, eres mi mas grande amor y mayor orgullo. Adiós mi niña. Te ama, Eliza, tu abuela.

El mar en inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora