—Puedes tomar lo que quieras de la heladera y de las cajas también, dejé ropa que puedes usar sobre la mesada —dijo sin siquiera mirarme. Su vista se mantuvo firme, dirigida al frente, donde se encontraba el televisor.
Supongo que esta era su extraña forma de pedir disculpas. Me limité a darle las gracias para luego dirigirme a la cocina, motivada más por el deseo de alejarme de su presencia que por la necesidad de alimentarme.
Necesitaba estar ocupada por lo menos un momento, así que tomé los ingredientes dispersos en las cajas y me dispuse a cocinar reuniendo valor para abrir los compartimientos y tomar los utensilios de la despensa sin pensar demasiado cada movimiento. Mientras preparaba la salsa para la pasta comencé a tararear una canción de forma inconsciente, quizá para callar las voces desesperadas en mi cabeza. Cocinar me relajó bastante, resultó ser una actividad casi terapéutica y una muy buena excusa para tomar distancia de aquel desconocido.
—No está mal —dijo Hiram detrás de mí probando la salsa. Me ruboricé al escucharlo, ya que me avergonzaba el haber estado cantando.
—Gracias —dije mientras tomaba algunos platos de la repisa. Estiró su largo brazo y me ayudó alcanzando los vasos.
Serví la comida sin siquiera preguntar nada y comimos en un silencio completamente incómodo. Estábamos sentados uno al lado del otro en el sillón, que también era mi cama, y apoyábamos los platos en una mesa baja, ubicada frente a la televisión. Hiram encendió la misma y pasó de canal en canal, al parecer sin encontrar nada de su agrado. Yo me mantuve callada y expectante, midiendo mis pasos y esperando paciente el curso de las cosas, me sentía ajena a la situación, era una simple testigo de la misma.
—No hay nada —dijo ansioso, la paciencia al parecer no era su mayor cualidad—, busca tú —sugirió, sorprendiéndome y entregándome el control remoto del televisor.
Hiram
La observé sostener el control con fuerza. Desde que la conocí no hubo momento en el que no luciera tensa. Cambia de canal en canal muy animada y me va describiendo las películas con detalles, como si todo fuera apasionante e importante. Es extraña su determinación a hablarme, teniendo en cuenta mi actitud negativa para con ella.
—En esta actúa Hugh Grant, ¿lo conoces? —dijo rompiendo el silencio finalmente, y sin dejarme responder continuó hablando de la película—. Es un clásico del cine inglés, tiene todo lo que Londres inspira: cultura, romance, buena música y un ambiente muy histórico, combinado con toda la magia de Hollywood y Julia Roberts, por supuesto —siguió cambiando de canal en canal. Cuando negué con la cabeza desaprobando su elección, hizo una mueca de decepción que me pareció muy cándida, comenzaba a disfrutar el ver como se molestaba.
—Él es un librero «solitario» según la descripción, pero yo no lo hubiera descrito de esa forma, ya que nadie puede sentirse solo rodeado de libros, ¿no crees? —preguntó más para sí misma que para mí, creo que ya da por hecho que no voy a responder ninguna de sus reflexiones. Tiene una clara tendencia a analizar todo, ¡me exaspera!
—Esta es una gran película Hiram, y recién está empezando —dijo con cierta frustración, cansada de pasar de canal en canal intentando convencerme, pronunciando mi nombre completo con el tono semi formal que usaba cada vez que me nombraba.
Al mismo tiempo recogía su largo cabello en un moño desordenado. La observé, tenía la piel blanca y los ojos azules, aunque no los había notado antes, quizá porque son pequeños.
Es curioso cómo suele pasar desapercibida entre los pasillos de la universidad, quizá es por su ropa sencilla y su aire de sabelotodo. Pensándolo bien, no es del tipo que pasa desapercibida, sino del que la gente nota pero prefiere ignorar adrede. No se parecía en nada a las chicas o chicos con los que suelo tratar, era rara y a simple vista sabihonda.
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El mar en invierno
RomanceTerror, pánico y desenfreno. El mundo colapsa, las calles vacías lloran las horas y no queda ápice de la vida cotidiana. Muerte y desolación, estado de sitio, las autoridades decretan el aislamiento obligatorio y las puertas de las fronteras se cie...