31. Recorrerlo

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Me acerqué a ella con cautela, sus ojos estaban rojos, inyectados en sangre. Las lágrimas caían de prisa por sus mejillas mientras que su mirada estaba perdida en algún punto a la distancia. Al cortar la llamada se desvaneció, su cuerpo se deslizó lentamente hasta llegar al piso y se mantuvo allí, completamente desconsolada. Me acerqué y sin hacer preguntas la abracé con fuerza, quería que sepa que yo estaba allí, sin importar lo que fuera que haya pasado, lo resolveríamos juntos.

Alcé su cuerpo, llevándolo con delicadeza hasta mi dormitorio, sus piernas desnudas estaban heladas debido al contacto que tuvieron con las baldosas del suelo frío. Una vez recostada cubrí su cuerpo, como lo había hecho hace un tiempo cuando la angustia la había poseído tal como lo estaba haciendo en este momento cruel.

—Gia por favor, dime qué ha pasado, lo resolveremos —dije acariciando su mejilla despacio.

—No podemos —Se las arregló para responder entre sollozos.

—Por favor amor dime, estoy aquí.

—Mi abuela —pronunció para luego llorar intensamente.

—¿Qué ha pasado? —pregunté lleno de preocupación, limpiando sus lagrimas con mi pulgar.

—Se ha contagiado —acotó, usando sus pocas fuerzas para articular palabra.

—Lo lamento muchísimo, te prometo que haremos todo lo posible para que mejore, pero estoy seguro que ahora más que nunca ella te necesita en pie para apoyarla, por favor no decaigas.

—Tienes razón —suspiró arreglándoselas para sentarse—, pero no sé Hiram, esto no tiene cura, yo estoy lejos, necesito escapar y acompañarla.

—¡No! —negué bruscamente, sabía que si se iba la perdería para siempre—, no puedes, es muy riesgoso para las dos, ¿cómo la cuidarás si contraes el virus?, sabes que esta zona está completamente protegida —Me corregí rápidamente bajando mi tono, vistiéndolo de empatía y protección.

—Pero no puedo quedarme de brazos cruzados y verla... —Se detuvo a la mitad de la frase, su cuerpo temblaba desconsoladamente— verla partir... —Terminó de hablar con sollozos.

—No lo harás, vas a estar allí para ella sin importar la distancia —acaricié su cabello con cariño, quería reconfortarla—, dime, ¿en qué hospital está?

—En ninguno, Tim me ha dicho que no reciben pacientes del primer grado, y no podemos costear una clínica privada —Limpió su rostro mojado con el dorso de la camiseta que llevaba puesta.

—No te preocupes, yo me haré cargo de todos los gastos, haremos todo lo posible Gia., pero necesito saber que eres consciente y te cuidarás, no puedes arriesgar tu vida atravesando la puerta.

—No sé cómo agradecerte —dijo cogiendo mi mano y apretándola con intensidad.

—Amor, no tienes nada que agradecer, puedes contar conmigo siempre, ¿lo sabes?

—Sí, y tú conmigo —Me abrazó aún más fuerte—, realmente daría todo por poder ir a verla, y en este momento límite miles de preguntas vienen a mí, ¿qué hay tras estas puertas?, sólo he visto las noticias a través del televisor, no he salido en meses y es como si el virus realmente hubiera cobrado vida ahora que afecta a un ser querido, me siento egoísta y aislada, sin ningún conocimiento, recién estoy despertando del peor ensimismamiento.

—Gia, no es tu culpa, no había forma de salir de aquí, hay miles de guardias, el campus tiene barreras de protección contra el virus, salir de aquí abriría otra línea de contagios nueva y pondrías en peligro aun a más personas. Sabemos que estamos alejados del centro del pueblo, atravesarlo y llegar al hospital sin ser confiscados sería prácticamente imposible.

El mar en inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora