38. Sus olas me golpearon

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Hiram

Ella, la mujer que amaba, la persona que lo había cambiado todo, quien podía por lo menos por un momento alejarme de mi naturaleza, de mi pasado y proyectarme en un mejor futuro, ella caminaba detrás de mí. No podía ver su rostro ni mucho menos oír su voz, pero sabía exactamente cómo luciría su mirada, sin vida, apenada. Sé que en ella ya no queda rastro de su intrepidez y alegría, mucho menos de su confianza, había perdido todo y yo era el único culpable.

Una parte de mí hubiera querido tenerla cerca, obersevarla, aprovechar estos últimos minutos juntos antes de su gran y desoladora partida, pero no lo hice, sabía que esta corta distancia era lo mejor. Era un cobarde egoísta, y sobre todo débil, no pude siquiera hilar una frase coherente, mis palabras, junto con mis sentimientos, habían sido llevados lejos de mí, arrastrados por mi propia naturaleza cruel.

Me había autoinfligido la peor de las heridas, y jamás me lo perdonaría. Ahora que había vuelto a sentir, bien sabía que no había ruta contraria, no podría volver a matar mis emociones con facilidad como una vez lo hice, los placeres, el dinero y el poder ya no tenían el mismo peso, esta vez era diferente, no solo lo había perdido todo, sino que ya ni siquiera lo quería devuelta. Me había perdido a mí mismo, justo en el momento en el que me había reconciliado con mi propia existencia, éste era el peor de los karmas, había muerto en medio de la más lujuriosa vida y era el testigo externo de todo el suceso, convirtiéndome en la víctima y a la vez, el victimario.

Había temido por este día, sabía que llegaría, sabía que nos separaríamos y que ella correría fuera de mí, tal como lo hicieron mi madre y mi hermana. Imaginaba su mirada, y en muchas noches pesadillas me atormentaban, sus ojos tristes y perdidos, la decepción reflejándose en sus pupilas, pero la realidad fue diferente, mucho más feroz, más brutal, más allá de la tristeza y la angustia, más allá de su voz temblorosa y sus pasos lentos, más allá de las lágrimas en sus ojos vi el peor de los castigos: temor. Gia me temía, era un monstruo, ella pensaba que sería capaz de hacerle daño y no tenía herramientas, no tenía pruebas suficientes para demostrar lo contrario.

Había visto una mirada así antes, por eso la reconocí con facilidad y no di lugar a la duda. Mi madre solía ver asi a mi padre, cuando él desplegaba su más oscura faceta, era tirano, feroz y sádico, ella lo miraba con miedo, el mismo superaba su dolor, mi hermana y yo nos escondíamos detrás de sus piernas, abrazándolas, era nuestra única protección, nuestro lugar seguro frente a la tempestad. Haber provocado esa mirada en la persona que amo era la peor aflicción, estaba en duelo, era mi suplicio, me había convertido en mi padre, la persona que había hecho mi propia vida realmente miserable.

Uno no puede prever el camino de los pensamientos, sin importar cuánto lo intente. En medio de esta tortuosa ruta, vino a mí la idea de que jamás había estado junto a ella fuera del departamento, de esas cuatro paredes que por unos cuantos meses eternos albergaron nuestro romance. Ahora estábamos fuera, juntos, pero más separados que nunca, sin importar la cercanía de nuestros cuerpos físicos, internamente sabía que estábamos a miles de kilómetros.

La impotencia consume enteramente cualquier emoción en la recta final, cuando uno sabe que sin importar lo que diga el juicio está perdido. Podía oír frescas sus palabras cuando trajo el nombre de Zac a colación, quien algún día supo ser mi amigo. Yo sabía que esa sangre no quemaba en mis manos, yo no lo había matado, él sabía de nuestro proyecto oculto, me había acompañado al laboratorio más de una vez, nos unía la misma adicción y dependencia autodestructiva. Mi padre se enteró de que él tenía información y lo limpió, se deshizo de él sin siquiera pensarlo, para él no existían los lazos, ni la amistad, ni el amor, todo debía limitarse a su codicioso proyecto. Podría haberle contado esta historia a Gia, pero no lo hice, no habría de creerme, al fin y al cabo también fue mi culpa, o parte de ella, yo lo había expuesto a la muerte, lo había arrastrado allí, y las palabras de mi amada eran ciertas, era un asesino, no de Zac, pero sí de muchos otros.

El mar en inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora