21. Un alivio pleno

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Desperté entre los brazos de Hiram, su cuerpo tibio descansaba debajo de mí. El sillón, grande para mí, era pequeño para él, su altura hacía que sus extremidades se escaparan sobre los bordes del sofá. Uno de sus brazos caía hacia un costado casi tocando el piso mientras que el otro me abrazaba. Sus piernas sobraban cayendo en la otra punta. Sonreí al observar la imagen delante de mí y me moví con cautela, no quería despertarlo, pero fue casi imposible.

—Mmm —musitó con los ojos entreabiertos. Acaricié su cabello.

—Perdón, no quería despertarte, sólo iba a hacer el desayuno —Le susurré.

—No te vayas, quédate un rato más —Me pidió somnoliento, y yo le sonreí.

—Estás incómodo —dije observando su posición.

—Estoy como en un colchón de nubes, sólo me falta una cosa —dijo limpiando sus párpados desperezándose, para dar lugar a unos despampanantes ojos verdes.

—¿Qué necesitas? —pregunté aun sin moverme.

—Un beso —respondió juguetón, y acarició mi labio con la yema de su dedo.

—Para eso no estas cansado —respondí acusadoramente, para luego inclinarme y depositar un casto beso sobre sus labios, sin separar nuestras bocas lo sentí sonreír, gesto que me enamoro plenamente.

—Ahora sí, estoy perfecto —Sonrió con el carisma y la gracia que sólo Hiram podría desplegar al despertar—. ¿Qué? —preguntó al notar mi mirada fija sobre él.

—Es que te ves demasiado bien, encantador, incluso cuando estás casi dormido, no sé cómo lo haces —respondí pensando en mi falta de habilidad para la seducción y mi mal aspecto.

—Es un don natural —Sonrió engreído.

—No sé para qué te lo digo, ya bastante grande tienes el ego —respondí poniéndome de pie.

—Me levanto radiante porque dormí con una mujer preciosa, sexy e inteligente, qué más puedo pedir —añadió coqueto, sentí mis mejillas arder ante sus palabras, recogí mi camiseta y me dirigí a la cocina sin voltearme, una enorme sonrisa se mantuvo tatuada en mi rostro por mucho tiempo.

Desayunamos juntos para luego separarnos el resto del día. Los dos difrutábamos la soledad y la compañía con la misma intensidad. Él se sumergió en sus tareas, suponía que las que le había encomendado su padre, y yo por mi parte me sumí en la tarea de escribir sobre el creciente romance, me tenía inspirada y volátil vagando por las aguas cristalinas del amor y sus olas apasionadas.

Varias cajas llegaron a Hiram de forma repentina, aproveché la ocasión para, con cierto atrevimiento, pedirle su tarjeta para hacer unas compras. Necesitaba con urgencia ropa interior y artículos femeninos, él me brindó mi espacio y dejó que yo comprara todo lo que deseara, era algo extraño para mí, no me sentía cómoda administrando plata ajena y mucho menos despilfarrando, pero para Hiram era algo completamente normal. La página de compras en línea prometía que los artículos estarían en mi puerta en tan solo dos días, me sentía sorprendida, era como si viviera en un mundo aparte, no podía entender cómo en medio de la decadencia este tipo de cosas siguieran funcionando.

Decidí informarme, pese al dolor que me evitaba alejarme de las noticias sabía que no era sano, necesitaba tener conocimiento de la realidad y afrontarla, mantener los pies en la tierra sin importar lo lejos que estuviera mi corazón. En la pantalla brillaba la palabra conspiración en un rojo ardiente y fulminante, se decía que todo esto estaba en manos de alguien misterioso y se lo acusaba, había gente rogando y políticos que, cual sofistas, usaban la retórica para calmarlos, realmente no lograba entender. Hiram me abrazó por detrás y apagó la televisión, iba a quejarme pero su beso me lo impidió.

El mar en inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora