13. Parecía un gran error

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Querida Gia:

Me ha llenado el alma de forma inimaginable tu carta. Tus palabras, como siempre te he dicho, son tu mayor virtud y más valioso armamento. Me alegra mucho saber que te encuentras bien y por lo que he notado más inspirada que nunca. Con la experiencia que los años me han dado puedo más que deducir, afirmar con exactitud que este misterioso chico está despertando sentimientos en ti, me preocupa desconocerlo. Aunque no dudo de tus fortalezas, temo por tu corazón bondadoso, que muchas veces deja entrar a las almas equivocadas.

No voy a negar que el dulce Timothée me ha advertido sobre tu situación, por favor no lo culpes, sólo está atado a las preocupaciones que el amor acarrea en la juventud. Escúchalo atentamente, como siempre lo has hecho conmigo, no queremos decepciones disfrazadas de sorpresas.

Con respecto a mi estado no te preocupes, tengo tanta fortaleza como años de vida mi dulce niña. No intentes cuidar de tu abuela, ella, siempre, te cuidará a ti primero. Los días han sido un poco oscuros sin tu entusiasmo y compañía, la soledad es mi crudo temor como tú bien sabes. Los días muchas veces son duros, y la poca comida que tengo la he compartido con los más necesitados, eso adelgaza mis huesos pero engorda mi alma y me mantiene útil y con la conciencia tranquila.

Nuestro amado vecindario está delgado y de luto. Abundan las viudas y los huérfanos, los niños claman de puerta en puerta pidiendo pan y las madres se vuelven verdes, desalmadas y luego frías, durmiéndose en una repentina pero tortuosa muerte. Por su parte, los padres son recluidos y distanciados. Mi querida niña... Vaya a saber uno para qué horrible destino los acarrean. Sí, los acarrean como vacas, y según Gabriel, como conejillos de India.

Constantemente le recuerdo a tu querido amigo y a su padre que se alejen de la política y las revueltas, que son inútiles y de naturaleza injusta. Me dedico a orar por ellos y por ti, mis plegarias son extensas y me acunan cada noche, como una dulce balada antes de dormir.

Extraño los campos que en la lejanía con mi madre labraba y me arrepiento más que nunca de haberte alejado de allí, deberíamos estar lejos de la modernidad frívola y lentamente destructora. Lejos, sumergidas en los prados, el trabajo arduo y sano que favorece y bendice los caminos de Dios.

Querida mía, como última petición, te ruego que te cuides mucho y te mantengas en vela, no dejes que nada te ciegue y te aleje de nosotros: tu pueblo y tu familia.Te extraño con mis huesos desgastados y mis cabellos blancos como la nieve, pero con la esperanza intacta y los años de sobra como la sonrisa de una alegre jovencita.

Atentamente: Tu abuela.

Con lágrimas en los ojos guardé en el sobre amarillento por el pasar de los años, la carta de mi abuela. La sostuve sobre mi pecho con la esperanza inocente de sentir por un momento su cálida presencia cerca de mí. La extrañaba cada día más.

Pese a todas las advertencias que sutiles marcaron sus palabras con respecto a Hiram, mis sentimientos no se vieron afectados en lo más mínimo, creía en él y notaba su esfuerzo por mantenerme cerca, alimentando mi creciente confianza.

Sentí los pasos de mi compañero cerca de mí, se sentó a mi lado y con su habitual silencio me abrazó. Sus brazos rodearon mis hombros atrayéndome al suyo. Escondí la cabeza en su pecho, sus latidos constantes y tranquilos eran un remedio calmante que lograba suavizar el tumultuoso ruido de mis añoranzas.

Su perfume como un aroma delicioso, casi letal sedaba mis sentidos, y su tacto como una danza envolvente obnubilaba mis penas. Sus dedos acariciaban mi cabello enrulado sin descanso y con un toque experto dibujaban y recorrían mis ondas desordenadas, mientras mis lágrimas mojaban la fina tela de su camiseta blanca.

El mar en inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora