20. ¡Todo cambió!

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Gia

La aparición de Daniel, el padre de Hiram, fue inesperada. Me tomó por sorpresa y no supe como sentirme. Hace tanto tiempo estamos sumidos en el aislamiento que ya es extraño recibir invitados, me sentí como si hubiera olvidado mis modales, abrir la puerta y vestirme con algo que no fuera un pijama se había convertido en un suceso fuera de lo común, casi extravagante.

El hombre se comportaba elegante y lleno de autoridad, podía ser muy intimidante e incluso provocar una admiración inconsciente, repentina e infundada. La conversación que mantuvimos fue interesante y cordial, pero al referirnos a Hiram pude comprobar que él no conocía a su hijo en lo absoluto. He pasado poco tiempo al lado de Hiram, tan sólo un par de meses, pero aún así puedo conocerlo, y percibir con claridad que Daniel estaba hablando de un completo extraño.

No he tenido un padre, no sé exactamente cómo debería ser una relación entre padre e hijo, pero imagino que no es de esta manera. Hiram actuó violento y a la defensiva durante todo la estadía de su padre, pero en su mirada vi el temor asomarse, como si tan sólo fuera un niño asustado enfrentándose al causante de sus penas. Su padre fue cordial pero totalmente despectivo, en su mirada se podía ver el desprecio que sentía ante su hijo y con cada palabra lo atacaba de forma endulzada, quería exponerlo ante mí de manera que percibí inexplicable y cruda.

Sé que otra persona no hubiera notado la tensión y el desapego que tenían los dos individuos frente a mí. Al principio no lo hice, incluso deseé el agrado y la aceptación de mi despampanante invitado, pero luego al ver el rostro de Hiram a mi lado, la forma en la que su brazo se aferraba a mi cuerpo, supe que ese hombre le había hecho cosas terribles al pobre e indefenso niño que algún día fue el hombre que ahora se demuestra terco y seco, el que yace con el cuerpo a mi lado y su corazón en mis manos.

—Ey —Lo llamé con suavidad mientras acariciaba su cabello—, ¿cómo fue la conversación con tu padre?

—Normal creo, sólo me dejó miles de pendientes, debo cumplir con algunos trabajos —respondió con pesadez, haciendo un esfuerzo por suavizar el asunto.

—Entiendo, ¿qué trabajos? —Me atreví a preguntar directamente, no podía ignorar lo extraña que resultaba ser la situación, y la discusión de la que habían sido partícipes a metros de distancia de mí.

—Cosas químicas, papeleos... —Sus palabras le restaron importancia a la situación y yo sólo asentí en respuesta.

—No me dijiste que tu cumpleaños fue hace tan sólo unos días —dije recordando que su padre me habló de aquello y tuve que fingir tener conciencia de la fecha—, me hubiera gustado darte un regalo.

—Lo siento, no es una fecha que me guste recordar, ni siquiera los festejo.

—¿Por qué? —Su cabeza estaba apoyada sobre mi falda. Con ojos cerrados, descansaba y respondía con palabras lentas y suaves.

—Nunca me han gustado, ya sabes... —Hizo una pequeña pausa, inmerso en algún recuerdo desconocido para mí—. Mi padre nunca fue presente ni mucho menos cariñoso, pero el día de nuestro cumpleaños venía, con su pelo totalmente arreglado y unos pantalones horriblemente formales —Hizo una mueca de desagrado y rió, yo reí con él—, trayendo con él muchísimos regalos costosos, invitaba a todos sus amigos estirados y me trataba como nunca lo hacía cuando estábamos a solas, pasaba su brazo alrededor de mi hombro y daba un discurso patético e hipócrita, todo para guardar las apariencias.

Mientras hablaba pude imaginarme a una pequeña versión suya, con un corte taza como el que tiene en un cuadro sobre el placard, los ojos verdes, grandes y jóvenes, y su pequeño hoyuelo escondido detrás de una infancia triste y un padre frívolo.

El mar en inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora