32. Fundirme en él

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Timothée

Me encuentro sentado en una silla costosa, ubicada en el centro del pequeño salón de espera de la clínica más importante de la ciudad.

Los artículos relucientes a mi alrededor me ciegan, los pisos están brillantes y los doctores se ven llenos de júbilo y compostura, como personas que reciben un buen salario cada mes y no se ven para nada afectados por la crisis; incluso los pacientes lucen tranquilos, los camilleros los arrastran por el pasillo, todos llevan un atuendo pulcro y toman las medidas de higiene necesarias, tienen tiempo de sobra y los recursos indispensables. El personal es eficiente y la estructura correcta, nada puede salir mal.

No puedo resistir la inclinación a comparar, el humilde hospital del pueblo, donde no hay espacio ni personal suficiente. Donde los doctores se ven desalmados, curtidos por las largas jornadas y pintados por la falta de recursos. Trabajan como esclavos, en nombre del juramento que una vez hicieron.

Hace tan solo un momento, caminé por los pasillos, muchas habitaciones estaban vacías, hay cupo de sobra, cada una cuenta con su propio respirador y en la sala vidriada, donde aparentemente el personal toma recesos, pude ver a más de cincuenta personas sentadas allí, disfrutando su descanso plácidamente. Había una enfermera o más por habitación según mis cálculos, era algo que nunca antes había visto.

Esta enfermedad aún no tenía cura, pero un buen tratamiento brindado en el tiempo apropiado podría detener su curso y lograr que la vida de la persona infectada se extienda, aliviando parcialmente el dolor. Pero para poder alcanzar este objetivo se necesitaba tener acceso a recursos que eran muy escasos dadas las circunstancias: respiradores, analgésicos potentes, dermatólogos expertos que pudieran tratar las afecciones en la piel y cuidados intensivos.

Esta mañana, un equipo de enfermeros o algo por el estilo, llegó a mi hogar, pidieron específicamente por Eliza como si estuvieran en una misión ultra secreta, me hicieron mostrar mi documento de identidad y no me dejaron acceder a su casa ni siquiera para ayudarle a empacar.

Bajaron de una camioneta blanca y enorme, tenían camillas y todo un kit de emergencias allí, tecnología que escapaba de mis conocimientos, la cual solo había visto antes en alguna película sobre medicina del primer mundo.

Estaban cubiertos con trajes enormes, todos de blanco. Un plástico cubría su rostro como si de astronautas se tratase. Los vecinos observaban desde sus ventanas, era un hecho que llamaba la atención de todo nuestro pequeño vecindario. Las cosas se habían desplegado a lo grande, haciendo una gran y vanidosa exposición, al mejor estilo Hannigan.

Hiram, el actual novio de Gia, había arreglado todo esto. Pese a que no confiaba en él en lo absoluto y que cualquier cosa que proviniera de su familia para mí era indicador de propósitos ocultos y motivos personales fraudulentos, sabía que lo que haría por Eliza era muy valioso, necesitábamos su ayuda y apoyo financiero, no teníamos otra salida, debía limar las asperezas y pensar en lo más importante: cuidar de la abuela y preservar su vida.

Estaba inmóvil, completamente ansioso, la punta de mi pie subía y bajaba provocando un sonido frenético contra el piso. Había podido ver a Eliza de casualidad ya que en la entrada me trataron como un criminal buscando impedirmelo. Lo tenían todo fríamente calculado.

Gia hizo una llamada y finalmente me permitieron el acceso, aún así no fueron muy amigables, percibían la pobreza en mis poros. Sin rendirme me mantendría aquí inmovil, esperaría el horario de visita y aprovecharía cada minuto junto a Nana. Incluso esta oportunidad podría servirme para encontrar información.

Mi cuaderno estaba lleno de oraciones inconclusas y sin sentidos, hace más de una hora escribía y tachaba sin hallar al menos una idea o conclusión que pudiera ayudarme a avanzar. Sabía que había cuerpos infectados, estaban en el mar y habían sido tomados del hospital público, eran mayores y de familias humildes. Estaban marcados, habían sido utilizados para probar en ellos. Todo me llevaba al mes de septiembre, aún si el invierno hubiera despertado el virus pero el mismo fue transmitido antes, debía descubrir cómo, ese era el mayor de los enigmas, cuál fue el medio transmisor, cómo llegó hasta la ciudad.

El mar en inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora