35. Se cobró toda su gentileza

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Gia

Sentada en una esquina del balcón miraba, esta vez hacia el lado contrario, no observaba el cielo ni el paisaje más allá del edificio, veía hacia adentro, el departamento a través del vidrio. La mesa a corta distancia, que muy pocas veces usamos para comer, a un costado el placard donde con Hiram encontramos algo más que discos de vinilo, encontramos más bien un trozo de su infancia, de su historia. Al otro lado, la cocina, donde me refugié para escapar de él el primer día que llegué y en el que el último me refugié con él para besarnos intensamente con el deseo de jamás alejarme de su compañía.

Centrando la mirada en la otra ala de la habitación, veo mi sector más conocido, el sofá donde me refugié, donde atravesé lo desconocido y lo ahora cotidiano, donde me sumí a la angustia y la pasión, donde leí y releí mi libro conociendo cada vez una historia diferente, ahora allí estaba sentado mi amante rebelde, su cabello oscuro y ondulado, sus ojos verdes intensos y reveladores, su boca cerrada que ocultaba los más grandes misterios, todo estaba allí, iluminando mi visión, esclareciendo el sentido de la belleza. Me preguntaba si esta casualidad sería el destino, y que es realmente el destino, si una cosa se le pareciese estaría haciendo girar ahora mismo, magistralmente el globo terráqueo cambiándolo todo constantemente.

Me pregunto por el sentido del propósito, la expectativa cruel de la pérdida y el sentido del sentido mismo, el cual va más allá del simple sentir. Es algo más profundo que excede la conciencia, rozando el límite. Me pregunto por la vida en sí, me pregunto qué debería esperar de ella, qué pasará después del final, qué pasará después del virus, del adiós de mi abuela y después de que la presencia fugaz de Hiram llegue a desvanecerse. Todos vivimos por algo para no hacernos estas preguntas, para guardarlas en el fondo de nuestra mente cubiertas por el cerrojo de la incertidumbre dañina. Tim vive por el misterio, por la adrenalina de lo oculto y para él quizá soy tan solo una dama en peligro, una parte del juego, otra cosa que necesita salvar, y Hiram, Hiram vive por el peligro, por su despreocupada tortura, por el pasado vacío para ignorar la idea de un futuro desolador y para él soy una especie de heroína, la salvadora que le da propósito, que calla con su voz el ruido de la soledad.

Realmente no sé si quiero eso, no quiero ser rescatada por el chico bueno ni rescatar al chico malo. No quiero estar en el medio de la línea, pienso en mi infancia y en el tiempo, me pregunto si es real y si realmente en este segundo lo estoy perdiendo, velo por el espacio, el amor y los vacíos, el aire y los sentidos. Me abstraigo, soy un espíritu, aunque quizá ni siquiera crea en ellos, soy un testigo de mi cuerpo físico observando y viviendo, no sé si realmente quiero ser la protagonista de mi propia historia.

Me remonto a mi infancia, jamas me percibí como una princesa, sin importar las historias que leyera, yo no quería ser la protagonista de mi historia, no quería ser un personaje, quería hacer historia, quería escribir y esa sería mi huella, quería crear una historia y romper el dilema de escribir o vivir, prefiero contar a ser contada.

Vivir el momento no era una filosofía que se adaptara a mí, pensaba en el cariño y su facetas, en el amor, la amistad y la confianza , realmente era un fruto del tiempo, del conocimiento, de los hechos o de lo que uno realmente siente, más bien lo que quiero sentir.

El amor no es ciego y la amistad no es mera compañía, entre las confusiones límites no era opción perderme entre los estímulos engañosos, no podía ceder, no era tiempo. Debía organizar mis prioridades más allá del hombre y su belleza, su destreza o su empatía y genuino interés, más allá de eso no dependía de ellos, era solo yo, el tiempo, la agonía y casi ninguna garantía que me quitara la desesperanza proveniente de lo desconocido.

Me acerqué a él, me senté en la otra punta del sofá y en un silencio cómodo miramos las noticias. Él podía saber mucho de mí y conocer cada centímetro de mi piel, pero no podía leer mi mente ni manejar mis razonamientos. Una noticia alentadora llegó a mí, disfrazada de señal.

Una nueva decisión del gobierno bajaba las restricciones, permitiendo que uno pudiera moverse de su sector guardando ciertas restricciones y pasando por controles semanales, presentando un justificativo. Este había sido un proyecto presentado por la gente, se habían reunido votos y finalmente se lo había aprobado, era una oportunidad excelente para mí, una noticia maravillosa.

—Podré salir, estoy tan feliz —exclamé en voz alta, jubilosa.

—De ninguna manera Gia, no creo ni siquiera que te aprueben los papeles —dijo Hiram rechazando la idea con premura—, es un riesgo mayor, ahora todos saldrán, y en esta ala todavía no se ha aprobado el proyecto, y ni siquiera tienes domicilio, sería un peligro —mencionó todas sus ideas difusas yo me limité a asentir.

—Quizá tú podrías ayudarme, tú tienes domicilio y conoces a mucha gente aquí, tú mismo lo dijiste.

—No puedo ayudarte a arriesgar tu vida —respondió sin siquiera pensarlo, sus palabras eran seguras, parecían premeditadas, como si hubiera pasado días armando su discurso. Sabía detalles y su falta de duda lo traicionaba.

—Es mi abuela Hiram, realmente necesito verla, quizá sean sus últimos días, quiero acompañarla.

—La acompañaremos, haremos todo lo que esté en nuestras manos para que se recupere, no te preocupes.

—Está bien —respondí apartando la mirada. La conversación estaba tomando un tono extraño, confuso, no podía reconocer a quien me miraba tras sus ojos verdes.

—Voy a bañarme —afirmó y luego se fue de allí, escapando de mi presencia.

Mi cabeza comenzó a dar vueltas, a vagar en dudas y presentimientos. No se había tomado el tiempo suficiente para por lo menos pensar mi idea, incluso ignoró lo contenta que me sentía al respecto, por qué estaba tan empeñado en retenerme aquí, por qué siquiera yo le permitia que lo hiciera, las ideas de Timothée regresaron a mí, intenté recordarlas, meditar en ellas, sentía culpa por desconfiar de quien había jurado amor, quien había brindado ayuda para cuidar a mi abuela, pero pese a eso no podía vivir con la duda, carcomería mi mente.

Ahora pensaba en sus llamadas, el tono alto de las mismas, las amenazas de su padre y su mirada acechadora, Con decisión tomé las llaves de un bolsillo de su chaqueta y abrí la habitación contigua, esa que con esfuerzo mantenía cerrada, fui silenciosa y sigilosa, pero al ver la imagen frente a mí, la realidad se cobró toda su gentileza.

Ahora pensaba en sus llamadas, el tono alto de las mismas, las amenazas de su padre y su mirada acechadora, Con decisión tomé las llaves de un bolsillo de su chaqueta y abrí la habitación contigua, esa que con esfuerzo mantenía cerrada, fui silenc...

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El mar en inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora