6. Aterrador

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Nos encontrábamos en una extraña posición. Mi compañero de cuarto estaba recostado con la cabeza sobre mis piernas mientras que yo flexionaba mi cuello para poder mirarlo a los ojos. Sentía la constante necesidad de conectar mi mirada con la suya por más incómodo que fuese, los verdes ojos de Hiram eran los ojos más expresivos que jamás hubiese visto.

Él tenía la capacidad de reír, expresar sentimientos e impartir temor con ellos. Solía achinarlos al mirarme acusadoramente, como lo hacía en ese mismo momento. Se formaban pequeñas arrugas a los costados de ellos, volviéndolo más humano e inocente de lo que siempre se esforzaba por aparentar.

—Está bien, voy a ver algunas películas contigo, intenta que no sean completamente carentes de trama ni con diálogos predecibles o seguramente caeré dormido del hastío —Aceptó mi pequeño reto con pocas ganas. Una pequeña sonrisa engreída atravesaba las comisuras de sus labios. Disfrutaba cualquier tipo de competencia conmigo y siempre estaba seguro de que podría ganar—. Es increíble lo pesada e insistente que puedes llegar a ser —Negó con la cabeza sin dejarme abrir la boca—. Antes de que empieces a darme una gran y reflexiva lista de reglas o condiciones que sé que tienes, te advierto que yo elegiré lo que me tendrás que dar a cambio el día que gane la apuesta, elegir la prenda final será mi parte —La forma en la que acentuaba las palabras riéndose de mí me exasperaba, pero aún así no estaba dispuesta a dejarlo ganar probando su punto, no le daría el gusto.

—No me llames pesada —refuté riendo. En un movimiento incliné mi cuerpo a un lado, de forma en la que su cabeza cayó de mis piernas chocando contra el cuerpo del sillón—. Estas completamente equivocado en tu análisis infantil y carente de medio de prueba —refute con cierta despreocupación, ignorando el cierto grado de razón detrás de sus palabras—, dime qué quieres a cambio.

—Ahí está, ¡ahí está! —repitió la frase dos veces, poniéndose de pie— ¡Lo sabía!

—¿Qué cosa? —pregunté un poco fastidiada, Hannigan actuaba como si supiera todo de mí y casi sin decir palabra podía hacerme sentir furibunda.

—Que no podrías aceptar un simple trato sin tenerlo todo controlado —Hizo énfasis en el «todo», sabía que eso me sacaba de mis casillas, me convertía en una persona atrabiliaria y lo hacía adrede marcando las palabras de forma molesta y exasperante. Caminó hacia la cocina, solo con dos pasos podía llegar allí debido a su gran altura.

—Hiram no soy una controladora, no me conoces —afirmé mientras lo seguía, mis piernas más cortas que las suyas requirieron de un paso apresurado.

—Sí, claro... eres la chica más relajada que conozco —Me respondió sarcásticamente, su cabeza estaba inclinada, buscando algo dentro del refrigerador—. Otra vez pensando —rio despertándome de mi ensimismamiento, pasó su mano frente a mis ojos. Sostenía con los dientes un paquete de jamón cerrado al vacío y en la mano libre cargaba el pan—. Relájate un poco o te va a dar algo —Se burló otra vez.

—Acepto —dije sin más, mientras me sentaba en uno de los taburetes largos detrás de la barra de la cocina—, por cierto, yo quiero el mio sin aderezos.

—¿Aceptas? —Reía otra vez, no sé qué hecho le causaba tanta gracia—, encima me das ordenes —dijo negando con la cabeza mostrando con su pedante actitud lo graciosa que se le hacía la situación.

Hiram se encontraba de espaldas a mí preparando nuestra cena, aproveché la oportunidad para intentar descifrar los tatuajes detrás de su espalda pero no pude hacerlo. Eran demasiados y todos estaban dispersos como si no tuvieran ningún sentido. Realmente quería conocerlo más, todo sobre él me resultaba intrigante y hasta enigmático.

Tarareaba una canción desconocida para mí, se veía relajado y despreocupado, características y adjetivos de los que, según él, yo distaba. Se giró hacia mí entregándome el sándwich y comimos en silencio, finalmente a gusto, como si fuéramos buenos amigos. El aislamiento y el encierro volvía las cosas extrañas, hacía que perdiera la noción del tiempo y de la confianza aferrándome a la comodidad sin importar lo repentina o instantánea que fuera.

El mar en inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora