33. Al salir

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Hiram me acompañó, me abrazó y me contuvo. Los días transcurrieron rápido y el tiempo valioso se nos escapaba de las manos. Me mantuve entre sus brazos, era mi único refugio en estos momentos críticos. Hablé con mi abuela cada día, y la mayor cantidad de tiempo posible, pero cada vez estaba más cansada, incluso hoy rechazó la llamada ya que no tenía fuerzas suficientes para sostener siquiera una corta conversación. Los dolores iban en aumento y la fase dos estaba a las puertas, los medicamentos adormecían su dolor pero también su carácter y su espíritu, estaba perdida y somnolienta.

Agradecía inmensamente que no hubiese llegado a la última fase aún, en la que muchos perdían la conciencia y sufrían grandes ataques, los cuerpos temblaban y sus neuronas morían volviéndolos completamente inhumanos, al llegar la última fase, sin importar que el cuerpo tuviera signos vitales, la persona moría.

Había perdido el apetito y el sueño, incluso las constantes atenciones de Hiram eran para mí una molestia, no podía afrontar nada. Lo único que me motivaba era la llamada diaria de las cinco y treinta, la voz de mi abuela. Las noticias estaban siempre prendidas, sin importar lo mucho que me lastimaran esos hechos, necesitaba estar al tanto de todo, me negaba completamente a caer en esta burbuja protectora de nuevo.

Hiram hacía todo lo posible por borrar de mi cabeza las ideas de salir de aquí y huir a ver a mi abuela.

Entendía sus temores y sabía que él tenía más conocimiento que yo sobre los hechos externos, pero sus explicaciones no eran suficientes, no lograban acallar esa voz interna que me llenaba de culpabilidad, la voz de la desesperación.

Hiram estaba parado delante de mí, me daba la espalda, miraba algo en su teléfono y su postura lucía tensa. Por más que él deseara consolarme y cuidarme, no podía ignorar el hecho de que estos días estaba de todas las formas menos calmado, hacía muchas llamadas y caminaba en círculos, el resto del tiempo no se apartaba de mí, todo estaba tenso y forzado, parecía a la defensiva constantemente.

Caminó con pasos firmes cruzando el comedor y sin más se adentró en su sala de trabajo, lo oí golpear la puerta con fuerza y luego trabarla, cerrándola con doble vuelta de llave. Tomé uno de los libros de la caja, la misma seguía en una esquina del corredor, ni siquiera la más maravillosa novela podría brindarme una fantasía tal que me permitiera escapar de la realidad. Mis pensamientos estaban sólo con mi abuela. Pero aun así decidí darle una oportunidad a la lectura otra vez, la espera sería larga. Ya había hablado con cada doctor y con Timothée más de una vez en este día, y ni siquiera tenía acceso al teléfono, no me quedaba mucho más que rendirme ante la espera.

Timothée

Camillas vacías, arrastradas por enfermeros concentrados o desganados, doctores caminando lento, pensando, inmersos en sus respectivos trabajos, pacientes heridos, algunos cruelmente despiertos y otros, cruelmente dormidos, familiares que entran llenos de desesperanza y se van aún peor, eso era todo lo que se observaba desde mi posición, las horas pasaban así, rápidamente frente a mí, sin perdonar a nadie.

Esta tarde salí afuera un momento, el aire me sobraba, después de tantos días ahí adentro el aire puro me resultaba extraño, me había acostumbrado al encierro y al aroma a sanitizante que caracterizaba a la clínica.

Las voces a mi alrededor eran cada vez más claras, podía entender las conversaciones con facilidad, había aprendido a agudizar mi capacidad auditiva y a centrar mi mente, concentrándome en los murmullos a mi alrededor.

He tomado notas de ciertos comentarios, algunos pacientes despliegan otra cepa del virus, con síntomas diferentes, pieles lastimadas, con una especie de llaga externa, digna de una plaga bíblica. Incluso he llegado a pensar en Antrax o alguna otra enfermedad bacteriana que provoque úlceras cutáneas, necesitaba investigar, encontrar una opinión de un experto, un infectólogo quizá.

El mar en inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora