Han pasado dos largos días desde que recibí la carta de mi abuela y caí en un oscuro y profundo abismo. No he podido levantarme, la energía parecía haberse alejado completamente de mi , dejándome sola e indefensa. Descansé en la cama de Hiram, él me atendió en el día alimentando y cuidando mi agotado cuerpo y me abrazó consolándome por la noche, velando por mi turbado espíritu. Su presencia y el sonido de su guitarra criolla me recordaban que era tan sólo una ola, y que pronto las cosas mejorarían, sin importar lo roto que estuviera mi corazón.
Él no era muy bueno con las palabras y quizá mucho menos con las muestras de afecto, pero podía cubrir sus falencias con canciones. Elegía la melodía justa y la entonaba de manera en la que su voz podía ser un bálsamo reparador que calentaba mi pecho y tranquilizaba mi cabeza.
Oh honey
It's just a wave
It's just a wave and I know
That when it comes
I just hold on
I just hold on
Entonaba a los dioses, pronunciando en una dulce voz el himno de John Mayer, Emoji of a Wave. Él podía hacer que la música cobre sentimiento para mí, transportándome y curándome con pequeñas caricias. La segunda noche le conté entre lágrimas lo que mi abuela había afrontado, no me hizo preguntas ni me interrumpió. Los hechos no le causaban sorpresa, tan sólo se limitó a asentir, inmóvil, y luego palmeó mi espalda con pesar.
—Creo que ya es hora de que te levantes —sugirió sentándose al borde de la cama, con una mano sostenía su guitarra y con la otra apretaba delicadamente mi pierna sobre la sábana que me cubría.
—No quiero —dije en una especie de berrinche y me cubrí la cara con las manos, no quería afrontar la supuesta realidad, ya que nada era real en el encierro y la triste lejanía. Necesitaba a mi abuela.
—Ya es hora, no eres de la clase de persona que se queda tanto tiempo sin hacer nada productivo, esto puede dañar tu fama de sabelotodo —bromeó y sonrió de lado, lo observé por los espacios entre mis dedos sin dejar de cubrirme la cara—. Arriba, no me hagas decir cosas patéticas, sabes que no soy bueno con toda esa basura motivacional.
—¿En serio crees que eso va a ayudarme? —respondí riendo ante su intento de consuelo, no perdía su toque brusco y escéptico.
—Me pides mucho, tu deberías consolarte sola, eres como un libro de autoayuda con patas, la versión femenina de Stephen Covey —dijo en un tono jocoso y acarició mi rostro, quitando mis manos del mismo.
—Está bien, antes de realizar mis siete hábitos de gente altamente efectiva quiero una cosa —negocié.
—¿Qué? Te doy la mano y me agarras el codo. La parte oscura de la amabilidad.
—Una canción, otra de John —pedí con dulzura.
En respuesta, Hiram, con sus manos expertas, comenzó a tocar su guitarra. Verlo conectarse con la música y entonar las canciones con majestuosidad me llenaba de admiración. Era un verdadero artista. Su voz era más grave que la de Mayer, lo que le proporcionaba un aire diferente y profundo a las canciones.
Me gustaba escucharlo interpretar canciones que yo conocía desde antes del aislamiento, lo volvía más real y, por lo menos por cinco minutos, podía sentir que él podía encajar en mi mundo puertas afuera y ser parte de él, que esto era más que una casualidad o un sueño fantástico, que había un nosotros en el futuro. Podría pintarlo en mi identidad y acogerlo en el seno de todo lo que alguna vez consideré familia, para siempre. No deseaba que él sea tan sólo una ola, quería que siempre estuviera en mi playa, como la brisa y los rayos de sol en un amanecer de verano.
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El mar en invierno
RomanceTerror, pánico y desenfreno. El mundo colapsa, las calles vacías lloran las horas y no queda ápice de la vida cotidiana. Muerte y desolación, estado de sitio, las autoridades decretan el aislamiento obligatorio y las puertas de las fronteras se cie...